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Una estrella se ha caído y, al rozar la tierra,  se ha expandido.
Su luz, más o menos cegadora, ha viajado velozmente; pero en su recorrido rápido perdió intensidad por encontrar un planeta tan poco agradecido.
Las bombas y disparos a su paso, sesgaban sus grandes trozos y el rencor que transmitían, la convertían en polvo y humo.
Sólo una vuelta al planeta fue necesaria para que todo el fulgor de su belleza se desvaneciera.
Odios y miserias, de nuevo, encontró.
Cada año, una estrella de tres puntas mágicas se elige como mensajera este día, el 6 de diciembre, resistiéndose a perder la esperanza de que el Hombre aprendiera de sus errores y pudiera construir un mundo mejor o rectificar de aquello que le destruye: su desmesurada ambición.
Cada año se difumina, manteniendo sólo en algunas de sus puntas, cierta luz alentada por las sonrisas de  algunas personas que le recuerdan que tiene que volver a intentarlo, personas anónimas  que creen en un mundo mejor y dedican su tiempo y energía para intentar conseguirlo.
Una estrella se ha caído para comprobar la injusticia entre los niños, ajenos a luchas y decisiones. Triste, comprueba cómo unos desprecian  por tener demasiado y otros, no tienen ni techo ni   un bocado para vivir.
Esta estrella ya ha caído y el año que viene otra lo intentará de nuevo, obstinada desea comprobar que con un poco menos cada uno, se   puede conseguir que más niños, niños sin rostro, niños lejanos quizá, pero niños al fin y al cabo, en sus ojos puedan mostrar la ilusión de que algo bonito les traerán.