EL BAUL DE MI ABUELA - PILAR MARGOD

“El baúl de mi abuela” es una experiencia donde el recuerdo se enlaza emocionalmente, para que de forma subjetiva traiga al presente evocaciones que pueden ser más o menos reales, y que forman parte de aspectos internos.

Pilar Margod - El baúl de mi abuela - Poemario Ediciones Vitruvio

“El baúl de mi abuela” – Ediciones Vitruvio

“El baúl de mi abuela” está dividido en seis bloques que, a modo de metáfora, son como compartimentos que emergen de esta arca y que, como si viajara en el tiempo, me ha ido acompañando.
Supone un poemario de lo más especial, porque mi abuela fue una persona muy significativa para mí; en muchos momentos hizo la función de madre, como me consta, hacen muchos abuelos/as hoy en día.
Os voy a dejar la carta que la he escrito donde podréis imaginar, con mucha nitidez, lo que ha supuesto en mi vida.
Creo, firmemente, que cuando el amor acompaña en la vida de una persona de forma auténtica, abierta, honesta, serena y segura, el poso de la influencia es eterno.

Carta a mi abuela

Mi querida abuela:

Han pasado muchos años desde que te fuiste de este mundo terrenal. Marchaste en 1987, tras una intensa despedida y, como todo el mundo, mostraste una gran resistencia. Supongo que forma parte de la naturaleza intentar permanecer con vida. En tu caso, además, atea de la cabeza a los pies, no te amparaba la esperanza de encontrar un nuevo lugar en el que reposar después de tanta lucha. Quizá las oraciones de tu bendita hija, mi madre, ayudaron a tu ascenso porque fuiste una buena mujer, una incesante jabata, de carácter incombustible y gran corazón, hasta el final. No fuiste perfecta, ni mucho menos, pero a mí me valían tu cariño y alegría; tu generosidad y determinación.

Me costó mucho superar tu duelo. Yo era muy joven y apegada a ti. De todos los nietos, yo era la que más tiempo pasaba contigo. Decían que me parecía mucho a ti y tú te sentías orgullosa. Pobre, mi querida abuela, entre tanto apego no te dabas cuenta de que a veces hablabas de más, contándome historias que no me correspondía saber o expresando emociones que estaban fuera de mi alcance, como para poder absorberlas. De mayor fui consciente de ello, aunque nunca te lo tuve en cuenta, porque creo que entendí la presión por la que, en general, pasabas.

Cuando falleciste, soñaba contigo casi a diario y cuando montaba en autobús a lo largo de mucho tiempo, me sentía vacía. Me quedaba mirando por la ventanilla, mientras la vida de otros se movía delante de mis ojos y yo evocaba cuántas veces fuimos en ese 8 a tu casa. Yo creo que te aparecías en mis sueños para decirme algo, quizá el último adiós a modo del contacto de nuestras manos, que no pude tener porque justo en el momento en que estabas expirando estaba fuera de la habitación del hospital, después de una dura e inolvidable noche en la que mamá y yo te acompañamos mientras te asfixiabas, a pesar de estar bajo los efectos del oxígeno. En ese tiempo, no se hacía amable el morir con un poquito de ayuda. Me recuerdo rogando a la enfermera que por favor se hiciera algo para mitigar tanto sufrimiento.

Mamá decía que estuviera tranquila, que ya me había despedido durante toda la noche, pero no: yo quería decirte adiós abrazada a ti, sintiendo el olor a polvos de arroz con el que impregnabas tu linda carita cada mañana de tu existencia; quería acariciar tu dorado y suave cabello y fundirme en un abrazo con vosotras. Mis dos mujeres energéticas, mis dos salvadoras de vida. Ni siquiera tuve el valor de verte una vez amortajada, a pesar de que lo hicieron con amor tu querido yerno (mi padre) y tu nieto (mi hermano). No quería que mi mente se quedara con esa imagen inerte. Tenía miedo de que borrara el recuerdo de la vida.

Y para que no se diluyera nada, necesitaba aferrarme a determinados enseres, supongo que, como todos, con ese apego que nos hace tener el espejismo de la permanencia y de que, al fin y al cabo, nos calma. Tu vajilla especial de las navidades (a pesar de que no estaba completa), algunas colchas, mantas que, según luego fui comprobando, ayudaban al despliegue de mi alergia y tu baúl. El baúl azul, engarzado de metal oxidado.


El baúl de mis fantasías, de mis sueños viajeros cuando mis piernas no me respondían. Ese baúl que aún ahora puedo localizar en el cuarto de las dos camas, en ese rincón donde se albergaban los ropajes que no debían estar por medio.

Me llevé tu baúl como quien se lleva el tesoro de un pirata y con el que se sueña que tiene una doble capa para esconder las alhajas, monedas o billetes y así poder ayudarnos a salir de la incertidumbre. ¿A qué lugares exóticos podría haber viajado? Mi mente ensoñaba muchas noches historias fabulosas al amparo de ese enser; así que me llevé tu baúl cuando moriste. Quería que formara parte de mi existencia para que, cuando tuviera hijos y nietos, les contara las historias que provenían de ti y pudieran entender un poco más el legado de esta parte de la familia. Esas esencias intangibles que supusieron el alimento de mis percepciones e hicieron que mis efímeras experiencias de aquellos momentos se perpetuaran en mí eternamente; posiblemente a veces, para que la añoranza se asomara a mi ventana del presente en algunos instantes, incluso con un equipaje cargado de dudas, no lo voy a negar; pero, sobre todo, para que mi interior tuviera un oxígeno revitalizante en el que pudiera aferrar mi identidad.

Aún hoy, me pregunto cómo pude ser capaz de deshacerme de él de la manera que lo hice y sobre todo tan pronto. Quizá hoy, 32 años después, reconozco que, precisamente, lo regalé por ser tan joven y estar tan inmersa en una realidad más transcendente y vital. Justo cuando llegué a Jerez, muy embarazada, desbordada por un cambio tan significativo en mi vida y en realidad quizá tan poco meditado, tuve un elevado sentimiento de agradecimiento por una persona que se portó muy bien con nosotros y nos facilitó una entrada a esta tierra de forma más amable. Ella se enamoró de tu baúl y yo se lo regalé. Así sin más. Me desprendí de él con una frase: “si alguna vez te cansas de él me lo devuelves porque significa mucho para mí”.


Creo que ese gesto puede enmarcar sobremanera mucho de lo que he hecho a lo largo de mi existencia (aunque eso ahora no viene a cuento). Me desprendí con dolor, pero lo hice. Varias veces le pregunté si lo seguía teniendo y por supuesto, siempre tuve una respuesta afirmativa. Entonces, la vida me fue poniendo en tantas tesituras que me olvidé durante una larguísima temporada de él. Viví lo que me tocaba y como pude.


Te llevé en todo momento en mi mente y te mencioné a mis hijos como lo que fuiste, mi segunda madre; pero tu baúl no se volvió a parecer nítidamente en mi cabeza, hasta que mi vida cambió de nuevo cuando cerré el capítulo de mi matrimonio y me fui de mi querida casa. ¡Qué cosas estas las de la mente! Se me activaron los enlaces de lo imprescindible y tu baúl me faltaba. Han pasado doce años de eso y yo sigo sin tener un lugar estable, pues me he mudado dos veces desde entonces. Cuando me llevo mis cajas de recuerdos –lo poco que me va quedando pues en cada migración reduzco el equipaje material– me falta siempre el baúl. Entonces tu recuerdo se me acrecienta y el valor de los enlaces familiares, de lo que somos y de lo que nos va quedando flota en la superficie de mis emociones.

Es evidente que todo este tramo de vida viene alentado por despedidas especialmente valiosas; imagínate, ya huérfana total. El tiempo pasa indolente ante mis ojos, dejando la estela de la soledad en muchas ocasiones, pues mis hijos son mayores y esto me hace recordar que la merma de los minutos requiere de la calidad del hacer para que todo cobre sentido.

En esas diatribas filosóficas en las que tantas veces me encuentro, aparece en mi cabeza tu maravillosa arca, que posiblemente siga oxidada o tenga el cuero aún más ajado. La necesidad de verla, de poder recuperarla de alguna manera es la evidencia de que la vida va haciendo mella entre el paso de los días, eliminando capas de la cebolla que ya no es necesario tener.

Así que he decidido buscarla y hacerle un homenaje, con todo lo que esto significa para mí.

Yo, querida abuela, no tengo ni idea de lo que hay más allá una vez que la muerte llama a la puerta. Yo imagino que estás junto con las personas que quieres, en un estado de energía diferente y sin los sinsabores de esta vida.


Yo siento verdadero agradecimiento por tantos buenos momentos en los que intentaste que fuera feliz. Aquellas meriendas con chocolate blanco y tónica, mientras veíamos los payasos de la tele; las partidas de cartas en las que nos jugábamos los centimillos; los cuentos que quizá te inventaras acerca de la luna, los paseos por Alicante, las películas de Terence Hill y Bud Spencer y todas las veces que nos cuidaste a los tres; tus cánticos y alegría. Me encantaba la narrativa de tus historias de “curandera”, allá por tiempos de guerra y cómo conseguías ganarte la vida, con la entereza de las mujeres que están al frente y no detrás de las trincheras, aunque las balas que les atenazaran no fueran tan visibles. En fin, seguramente me dejaré matices sobre tu figura y tus circunstancias.


Así que este humilde libro de poesías va por ti. Quizá no recupere nunca físicamente tu baúl, pero lo que ha supuesto permanecerá eternamente en mí, como símbolo de tu persona.

Gracias, abuela.

Por siempre, tu nieta Maripili.

Presentación de El baúl de mi abuela

Para la presentación de este poemario tan especial quise que la velada destilara emoción y fuera un encuentro íntimo. Grupo Editorial Vitruvio, editorial encargada de la publicación del libro, contó para la ocasión con un espacio único: El Palacio de las Flores. En pleno corazón del Barrio Retiro, esta floristería de ensueño, cuenta con una sala para eventos (Espacio Ventura) donde pudimos desarrollar la presentación de forma cómoda.

Como ponentes, me acompañaron mi gran amigo Santiago López Navia, autor del prólogo del libro, y que nuevamente, de forma generosa, me honró con su participación y con su intelectual y maravillosa intervención. Junto a él, el editor Pablo Méndez del Grupo Editorial Vitruvio, también participó en la presentación de la obra.

Como parte de los actos de presentación del poemario, seleccioné a unos pocos amigos íntimos para que declamaran unas poesías, minuciosamente escogidas para la presentación.

El baúl: protagonista de esta bonita historia

Dejé ir este baúl (que perteneció a mi abuela) como muestra de agradecimiento a una buena amiga (Ana Jiménez) que nos ayudó en nuestra llega a Jerez. Fue una marcha condicionada a que perdurase en el tiempo… Le seguí la pista durante años y, de pronto un día en 2022, comencé a recodar, a pensar qué sería de él. Tras varios meses, pude por fin, localizarla.
Al contarle mi historia no dudó en decir que me lo devolvía “porque conmigo, era su lugar”. Sentí un gran agradecimiento. Ahora lo tengo en reconstrucción y restauración en el taller de Tándem, ya que el paso del tiempo le ha dejado muchas huellas. Pero, por fin, 33 años después, ya por siempre estará a mi lado, lo que para mí es una joya familiar.

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