Una niña atrapada en su propia verdad, que en el fondo era una mentira por no soportar el dolor, no sabía que hacer, no sabía qué decidir, ni cómo resolver que ninguno de sus padres se enfadase con ella. ¿Por qué le pasaba esto? Con lo fácil que sería que el mundo funcionara como ella necesitaba, sin complicarse la existencia…
La niña fue creciendo y su exterior, ya de mujer, la ponía en situaciones adultas, en las que ella intentaba dar una respuesta adecuada, acorde con lo que se requería. Pero algo fallaba en su interior. Era inconsistente en su comportamiento. No sabía cómo adaptarse a lo que podía ser mejor, intentaba hacerlo bien, pero no siempre le salía porque luchaba con ser ecuánime. Se sentía que tenía que sacar una regla y medir al milímetro el tiempo que pasaba con cada uno de sus progenitores. Lo peor, que no se daba cuenta de que esto no le servía para nada, sino que la alejaba de uno de ellos (ajeno a esa trama) quien nunca la pidió que eligiera, siempre la respetó que hiciera lo que le sentaba bien. Pero la niña no escuchaba, no quería reconocer la realidad, no quería pasarlo mal, no quería complicarse la vida. En el fondo, le daba pena de su otro progenitor. Él se encargaba de victimizarse, de recordarle lo importante que había sido en su vida, de mostrarle su malestar si estaba más tiempo con la otra parte. Él se encargaba de engendrarle la duda si no estaba con él… La niña era buena de corazón. Le dolía mucho imaginarse que por su culpa podría generar daño y, además, necesitaba sentir que esto no pasaba y tener una familia “normal” como la de algunas de sus amigas.
La niña estaba atrapada y no sabía salir de ese encarcelamiento. Comenzó a cometer errores, comenzó a evitar el malestar y dejar de lado en determinadas ocasiones los valores que uno de los progenitores le había inculcado; observaba a su hija y sufría. Sufría como ser humano, por frustración y pena de que no evolucionara, pero más sufría por su hija, por lo que iba a pasar si no lo resolvía, por sus relaciones de pareja, por su futuro rol de madre, por sus posibles nietos. ¿Qué será de mi niña, de mi noble y bella niña? Pero, ya su niña era mayor. Ya no podía seguir hablándola porque ya no la escuchaba. ¿Cómo podría salir de su propia reclusión? Quizá algún día lo viera, quizá no. El dolor se hacía patente, pero el amor era más fuerte y supo que solo la podía acompañar para quizá, cuando por fin se quitara la venda de la mentira y la verdad quedara al desnudo, acogerla en su regazo, sin palabras, no para ensañarse, sino para enseñarla a VIVIR con sana prioridad.