… A Iker, al final le fue imposible ocultar sus escarceos, aunque la mayoría fueran más fantasiosos que físicos. De tanto mirar por el agujerito, dejó de prestar atención a lo bonito que tenía en su vida. Una vida que iba pasando sin remisión, haciendo huella en su piel y marcando la distancia con la piel de su compañera, que cansada de no encontrar brillo en sus ojos, un día le enfrentó a los suyos. Iker al principio no quiso mirar. Bajaba la cabeza porque ni siquiera sabía qué decir. No era ella, no. Era él, que insatisfecho de por vida, le hastiaba la rutina y su cabeza necesitaba tener la fantasía de volar para encontrar sonrisas nuevas, texturas diferentes, sabores que se le antojaban exóticos. A cada ¿qué te pasa Iker? Solo le salía un: No sé, de verdad, no sé. Pasaron meses mientras ella justificaba su anodina existencia por pena, por pensar que estaba enfermo y así, sentía que en su alejamiento, se iba ajando cruelmente. Como si de una enfermera escrupulosa se tratara, quiso convencerlo para que fuera a un experto que pudiera ayudarle. Pero él tampoco quería esto. ¿Qué le puedo contar? El tiempo pasaba. Un día, ella encontró un escrito de Iker en el que ponía sus deseos, sus dudas por mantenerse siempre al filo de la sensación, de la excitación de un nuevo momento, una nueva experiencia. Entonces ella supo que nada podía hacer. Se fue.
Iker se sintió morir por un momento. ¿Qué haría sin su seguridad? Era bonito poder flirtear con otras vidas, pero saber que siempre existía un colchón seguro al que regresar. Pero él no murió, no. Encontró su estabilidad en el cambio. Cuando se adormecía porque la novedad se acoplaba en su vida, volvía a entonar un nuevo rumbo con una nueva melodía.
Pasaron los años. Iker estaba vivo. ¿Vivo? o ¿Vivía? Porque la novedad de hacer tantas vidas diferentes fue empachando su propia cotidianeidad y cuando llegaba a su casa, la soledad le caía como una losa. Así, su objetivo sería volver a tener un proyecto-colchón. Pero nadie aceptaba sus condiciones. No. Algo pasó. Ya no había agujerito por donde mirar porque se metió de lleno en otro plano, de envolventes texturas donde pasaría el resto de sus días jugando a explorar para no pensar en el paso del tiempo, en lo que supone tener un proyecto común. Un poco de aquí, un poco de allá y un nada de esencia permanente.