La niña se vistió de rojo, alegre como siempre. No le importaba mucho lo que sucediera a su alrededor. Sentía cómo  ese color le daba más calor a su cuerpo y solía usarlo para destacar un momento especial. Tenía que enfrentarse a un corazón roto, el de su amiga, su mejor amiga. La niña la quería con toda el alma, aunque a veces no fuera tan correspondida, pero a ella le daba igual. Ahora sabía que lo estaba pasando mal y quería que supiera que siempre estaría a su lado (algo innecesario porque siempre lo demostraba), pero ella quería hacerlo así.  Su mejor amiga era guapa e inteligente, siempre tenía a otras niñas y niños a su alrededor, pero siempre solía quejarse. Ella no entendía por qué. Le daba pena que su sonrisa no se pintara desde por la mañana y cuando se lo decía, encontraba enfado en su respuesta, lo que aumentaba más aún su incomprensión. Pero la niña no solía enjuiciar, seguramente no podría valorar lo bueno que tendría su vida porque le fallaba algo en su interior y eso le daba pena, consideraba que era lo peor que le podía pasar a una persona. 

Cogió su bastón y sonriente, con paso decidido, se fue en su busca, sintiendo el rojo en cada poro de su piel y  sintiéndose bonita y afortunada mientras los aromas de la ciudad se introducían en su ser.