IMG_1345

PB Grande

Avanzando por la ciudad con paso ligero, sentí la necesidad de otear nuevos horizontes, con sus nuevas cuestas. No me detuve, allá que fui para explorar lo que había por encima de ese espacio donde nunca iba, más segura de lo esperado. Allí, me cayó la noche de repente, como si de un eclipse se tratara; las calles se tornaron laberintos con formas caprichosas donde aparecían personas ajenas, de aspecto extraño, con mascotas preparadas para el ataque. Personas imponentes, que entre ellas se reían, pero a mí me daban miedo. Incapaz de hallar la salida por mí misma, pregunté para encontrar con incredulidad, sonrisas amables, canciones esperanzadoras y palabras de solidaridad. Tanto me sorprendí, que casi nada escuché, víctima de mi propio prejuicio, hasta que un hombre humilde, con su coche humilde, se prestó a sacarme de ese embrollo en el que nunca me debí meter, pero  para no admitir su ayuda (posiblemente por desconfianza) caí en un estado de inconsciencia repentino, pude teletransportarme de manera mágica y me presenté en la puerta de mi casa, al otro lado de la majestuosa ciudad. Un castillo vacío, tanto, que el hedor a nada que olí al abrir la puerta, no me alivió, me echó para atrás, cerrándose de nuevo y dejando ante mí las calles conocidas, con mis huellas de domingo, que desanduve para, de repente, estar en un precioso velador con otros lejanos recuerdos de mi existencia, que nunca volverán.