reloj de arena

Que el tiempo vuela no es una novedad. Va de boca en boca y no es un bulo. Es una realidad. Vuela, incluso cuando estamos metidos en nuestros propios dramas personales, aunque en esos momentos no nos demos cuenta, porque nos cuesta tanto aceptar lo que duele, que intentamos evitarlo a toda costa y si nos pudiéramos poner aletas de delfín para surcar sin rumbo los mares, lo haríamos con tal de no sentir el sufrimiento. Al pasar los días es fácil encontrarse en una especie de nebulosa en la que es, hasta increíble, que se haya difuminado el reloj de arena de esos episodios tan desagradables. Siendo así, cuando estamos a gusto, imaginemos cómo nuestra percepción se dispara…que hasta la emoción que genera que se acabe ese momento, aún le pone más el turbo a las manillas. Al pasar, lo más lógico es que digamos “¡Qué corto se me ha hecho!” 

¡Qué hechicero es el tiempo en nuestra mente! Nos hace ilusionarnos con que lo manejamos, cuando él sabe que corre siempre a la misma velocidad y sabe cómo atraparnos si así lo desea; cómo hacernos arrastrar las arrugas sin apenas darnos cuenta y cómo con su varita hacer que nos enajenemos en dilemas, que nos hacen mirar pero no ver.  El embrujo sólo hay una manera de quitarlo y sencillamente, consiste en  mirarse en lo que piensas, en lo que sientes y dejar que sea, sin prisas. ¿Qué duele? Nos ponemos una tirita y nos mimamos un poco. ¿Qué divierte y alegra? lo disfrutamos sin más, sin presión por lo poco que quede. ¿Qué aburre? Sacamos de la chistera algún truco olvidado para entretenernos, que seguro siempre hay.

Y cuando menos nos lo imaginemos, ya no tendrá poder en nosotros.