Soy mujer y creo que tengo un flujo de influencia bastante limitado aún, de acuerdo con los nuevos criterios de lo que debe ser una persona que arrastra a las masas: sí, alguien que tenga miles de seguidores en las redes, independientemente de si lo que dice es más o menos interesante.

Siempre digo que lo más importante es ser persona, pues es nuestra raíz. Ser hombre o mujer es una cuestión aleatoria. Nacer en un lado u otro del mundo, tener un color determinado de piel son asuntos que nos vienen dados. Nadie los elige. Tomar una elección respecto a las ideas religiosas, filosóficas o políticas está vinculado con la parte cultural y educativa a la que somos sometidos, con más o menos bondad por parte de quienes nos crían y nuestro entorno. Es evidente que nuestra forma de ser irá condicionando ciertas decisiones.

He sido criada en el respeto de las diferencias y mi perspectiva del mundo no logra asimilar que haya prejuicios por cómo son las personas. He sido educada en la mesura y siempre me han dicho que era mejor huir de posturas radicales y extremistas, que solo ciegan la mente de quienes lideran esas banderas, justificando sus múltiples desmanes por ideas que llegan a ser irracionales.

Creo firmemente en la igualdad entre hombres y mujeres, para aprender los unos de los otros y hacernos más fuertes, así como, para con nuestras alianzas, intentar vivir mejor.

He crecido a caballo de mensajes inculcados por una sociedad donde el poder era pensado y ejecutado por los hombres y la idea de la revolución de una libertad, en especial a través de la independencia del pensamiento. Algo que se alcanza formándose. Ese “hija, estudia y sé tú misma, sé independiente para tomar tus propias decisiones” me ha acompañado desde mi adolescencia y no puedo decir que haya sido fácil.  Hemos sido como el ingrediente de ese bocadillo, en el que una parte está arraigada a lo que era y en ese momento se esperaba que hicieras y la otra a lo que podría ser y era necesario hacer. Casi hemos crecido con la sensación de tener que ser superwoman (madres, trabajadoras, esposas…) y hacerlo todo bien. Debo reconocer que ha sido bastante agotador y poder liberarme de tantas expectativas ha conllevado un crecimiento personal enorme del que estoy orgullosa,  formando esto parte de la esencia que he querido transmitir a mi hijo e hija.

Llevo  en shock desde que me he enterado de que los talibanes han vuelto a invadir Afganistán. Solo se me ocurre preguntarme cómo es posible que esto ocurra. Puedo pensar y analizar los hechos, pero emocionalmente no lo logro comprender. Estamos en el siglo XXI: ¿tengo que asumir que mis congéneres hombres, mujeres y su respectiva prole tengan que pasar de nuevo por un terror propio de la Edad Media? ¿Tengo que quedarme con la idea de que mis hermanas mujeres pueden ser torturadas o violadas, castradas, mutiladas física o psicológicamente porque sí y ya está?

En todos estos días  no he escuchado ningún mensaje de los movimientos que trabajan a favor de los derechos de la mujer: el famoso Me too o cualquier otro que invite a que salgamos a la calle todas y cada una de nosotras y todos y cada uno de los hombres que estén con nosotras (que me consta que son muchos) para lanzar la voz y que nuestro eco pueda romper los cristales de los muros entre los que se esconden aterradas. ¿Dónde están nuestras representantes políticas? Necesitamos que salgan a la luz las mujeres (famosas y líderes)  y que, en grupo, organicemos manifestaciones y peticiones que hagan plantearse a los estados sacar a cada una de esas personas  de allí para que puedan tener una oportunidad de vida.

No quiero la imagen impactante de gente tirándose de un avión al que se habían encaramado para intentar sobrevivir. Quiero ver cómo se les libera porque la barbarie y el atentado contra la vida nunca pueden ignorarse y, si no hacemos nada, muy en breve serán seres fantasmas para esta parte del mundo. Serán invisibles y no importarán a nadie sus desgracias.

Sé que el conflicto es muy complejo y que tendrá como siempre intereses diversos, pero eso no quita que nosotros podamos hacer algo para que sepan que no están solas, para presionar de alguna manera.

Occidente lleva mucho tiempo aletargado. No tiene capacidad de reacción ante la adversidad y cuando esta se ha manifestado en modo de un gran virus, lo más cómodo ha sido tener un exceso de estimulación a través de la tecnología, con las graves consecuencias que esto está teniendo y sin pararnos a meditar, a labrar un poco de fortaleza interior. Solo tenemos que mirar las fotos y vídeos de las actitudes masivas para intentar recuperar el tiempo perdido “haciendo”, pero “¿siendo?” No nos damos cuenta de que estamos totalmente desprotegidos porque en gran medida se actúa como masa y no como individuo. Me pregunto qué hemos asimilado de la pandemia. Mi respuesta no es muy positiva, la verdad. Quizá a nivel individual se haya aprendido algo, pero las pruebas van indicando que, como colectivo, muy poco.

Si hubiésemos alcanzado un nuevo valor de la vida, la solidaridad y la justicia, ya nos habríamos movido de alguna manera para expresarnos contra la invasión talibán; pero supongo que estamos de vacaciones y es mejor no pensar y refugiarnos en el consuelo de que están lejos, como que no va con nosotros… Otra gran  equivocación. Sí que va con nosotros y mucho.

Insisto, no tengo muchos seguidores en las redes de moda y seguramente servirá de poco  mi opinión, pero he tenido la necesidad de transmitirla, fiel a mis ideales, como si fuera un mensaje dentro de una botella que se lanza al océano. ¡Es necesario despertar! ¡Es necesario estar y actuar!

Foto: Sayed Khodaiberdi Sadat/Anadolu Agency via Getty Images