Foto original de Pilar Margod

Hay veces que se necesita un parón mental. La necesidad de reencontrarse con el sonido básico de la naturaleza, con los olores frescos de la mañana. Esos que siempre están, pero que no son perceptibles porque el ritmo de vida embota los sentidos. Reencontrarse con los colores variopintos, esas variedades de verde, que parece sacadas de un bosque de elfos y que cuando te adentras, sientes que estás en un espacio de tiempo tridimensional alejado de tu realidad.
Hay veces que ese momento te paraliza el tiempo y sientes el profundo y fugaz estado de felicidad cuando percibes toda la energía que te puede provocar en silencio, un bosque.
Entonces es cuando te paras y, como si de un fotograma a cámara lenta se tratara, cierras los ojos, abres los canales de los sentidos y sientes cómo el aire que inspiras no es sólo aire, los poros de tu piel se abren y el frescor que percibes no es sólo frescor, los oídos captan el más íntimo murmullo que no es necesario identificar y ahí, con los ojos cerrados, no necesitas visualizar nada porque tienes el privilegio de vivir una experiencia única, real: vivir el más genuino momento y sentir cómo una cristalina lágrima de pura sensación discurre, mientras que sólo puede salir sonrisa.
¡Un momento de felicidad!