Al amanecer aún pensaba que el sol podría darle un respiro.
Comenzó a caminar deseoso de llegar a alguna parte para comprobar algún atisbo de humanidad.
Sus pasos eran hileras sinuosas que se iban perdiendo a lo lejos, se iban borrando, mientras seguía avanzando.
Recordaba las palabras del maestro: hacia adelante, sigue hacia adelante. El sol te quedará siempre a la derecha y tú buscarás una senda invisible que atravesar en soledad.
¡En soledad! Nunca supo el verdadero significado de esta palabra hasta que se encontró allí, en medio de un mar de arena, en el que volvió a reencontrarse con la realidad del tiempo. Atrás quedó el espejismo de que las agujas volasen a cámara rápida. Ahora estaba segundo a segundo, con la duración clara de ese segundo, en su desierto y con un camino por delante.
¡Cuántas veces dudó! ¡Cómo le hubiera gustado darse la vuelta y desandar lo andado! Pero era imposible. Ahí estaba, no podía volver porque no sabría cómo, no podía quedarse en el sitio porque moriría. Sólo podía continuar siempre hacia adelante a pesar del cansancio, a pesar de no saber lo que se encontraría al final.
¿El final? En cada instante podría ser el final, se dijo dándose cuenta una vez más de cuánto costaba desprenderse de viejos mitos del pasado.
¡El final es el ahora, el ahora es lo que se tiene!
Volvió a tener consciencia de por qué su maestro le mandó al Desierto…
Siguió su marcha.