¿Sabes? Te imagino con tu cámara colgada en el cuello haciendo fotos allá donde estás. En este viaje que has emprendido y con ojos del joven que siempre fuiste, con la curiosidad de quien descubre siempre algo: quizá esa tonalidad de las flores, ese cielo despejado, quizá ese murmullo de quien mira por la ventana mientras deslizas tu paso.

Ahí estás, andando con paso sereno ¿para qué correr? Con tu gesto inteligente de quien mira sin ver. Sí, ahí estás, con el aplomo de quien no tiene que presumir, ajeno a intrigas y envidias para que no te quiten ni un ápice de tiempo a tu pasión; esa misión entregada de enseñar cómo desde la base se puede ayudar.

Solidario ejemplo, a veces incomprendido, que busca los enlaces entre los entresijos de aquello que no se ve, pero que está entre medias de los eslabones más o menos perdidos, de quien nos da la vida y a ellos  y a los otros… Ahí estás, fotografiando a querubines que a tu paso sonríen, te dan la mano y te enseñan el camino.

Nunca sabrás del todo la suerte que hemos tenido por encontrarte, por seguirte, por escucharte, por incluso bajar la cabeza cuando, como un padre, enseñabas no solo con la ciencia, no solo con el arte, sino con el corazón al descubierto, con entrega, sin fisuras, con ternura y con firmeza. Francamente, con coherencia.

Gracias José Antonio, por tanto amor.

¡Buen viaje!