Sentada al filo del arcoiris, con los pies colgando y moviéndolos con ilusión y alegría, allí en su recién estrenada adolescencia, Sábate, miraba con atención. Siempre que podía se escapaba de su planeta para echar un vistazo, con esos descomunales y potentes ojos, que a modo de macrolentes, podían enfocar hasta lo más profundo de los seres que le llamaban la atención (los humanos) Su observatorio, siempre encendido, le avisaba de ciertas alarmas llamativas, que provocaban más y más curiosidad. Así fue como un día descubrió que en algunos sitios del planeta llenaban las plazas de las calles de pequeños arcoiris como el suyo y la gente (enfocando todo lo que pudo) se vestía con colores variopintos. Dejó todo lo que tenía que hacer y se sentó para ver qué provocaba a las personas tanto alarde de festividad.
Encontró música, baile, risas, disfraces, afectos y libertad. ¿Qué alentaba esas manifestaciones? Últimamente, sólo le llegaba tristeza y dolor, tanto, que a veces no quería mirar, pues le dolía demasiado.
Pero esa tarde fue diferente. Se quedó ahí, acompañándoles en su diversión, para concluir que era un momento de tolerancia, tolerancia en el amor (pensó). Eso le gustó y por una vez no se preguntó cuánto duraría, simplemente se quedó para disfrutarlo.