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Arrancaste una sonrisa tranquila y placentera en medio de un caos difícil de explicar. Narraste lo que mi mente pensaba, sin planificar. Te colaste por “la puerta grande” en mi mundo  onírico (una vez más)  sin avisar. Sin saber el significado de la melodía, me dejé llevar. Sin obstrucciones, ni juicios de valor, sin más. Creyendo que el mundo se quedaba ahí, en fantasías de colores y sonidos;   con el glamour del momento esplendoroso (anestésico letal) mientras sé, que miradas escondidas, que revolotean por los agujeros del muro alto, ancho, inquebrantable de la misera, esperan su oportunidad.
Aliviaste, sin duda, para que no se pueda pensar ni en mañana ni en el más allá. Pero la Conciencia es tozuda y no se deja engañar. La Conciencia de lo que hay,  de lo que se espera, de lo que se tiene, de lo que nunca alguien podrá alcanzar. Ésa de la que muchos carecen, que borran de la faz de lo profundo para justificar que es cosa de la Cultura, que no va con ellos…¡Ay! Ésa que, si algún día la quiero engañar, se escurre habilidosa por el canal de mis entrañas
para avisarme con formas sinuosas de que no es posible.  
Me rindo a la evidencia de mi camino, 
con sonrisa, pero con realismo. Con placer, pero sin anestesia.