Me encontré en un desierto y sentí el sol penetrando por todos los poros de mi piel y… la sangre me hervía, mientras los ocres se acompasaban a mi paso.earth
Me trasladé hasta la Antártida, y el blanco cegó mis ojos, a la par que luchaba contra la congelación de mis órganos.
Volé hasta la Selva, a vista de pájaro primero, vislumbrando el manto verde de las copas majestuosas a través de los cuales, pude intuir un mundo lleno de seres variopintosv y exóticos.
Me tele-transporté a lugares sagrados de seres maravillosos, de ojos expresivos, negros y peludos, vestigios de lo que un día pudimos, quizá, ser.
Me paré, de repente, en la cima más alta del mundo sin necesidad de llevar una botella de oxígeno; logrado sólo por  el poder de mi mente y,  pude comprobar, cuán bello es nuestro hogar. Por un instante, me sentí poderoso.
Comprendí, en medio del mullido musgo, que la magia puede brotar aún, en lugares no llamativos, pero especialmente entrañables.
Me sorprendí, de por vida, por la inmensidad azul de espumosa vida continua, bajo la que se encuentran los tesoros más grandes de la humanidad.

Y un día, allí en el lejano espacio, pegada mi cabeza al cristal de una pequeña, enjuta y asfixiante nave, lloré triste, impotente. Lloré por no ver los contrastes de color, por no poder olerte, saborearte, sentirte.
Me sentí, tan insignificante, tan ignorante, tan torpe y tan humano…