Cuando Lisa se miró al espejo al inicio de su adolescencia, disfrutó de esa imagen. Reconocerse femenina, le pareció bello. Mirarse a los ojos y percibir su brillo, que dejaban traslucir las ideas que iban surgiendo en una mente cada ver más formada, le parecía una aventura. Lisa se estaba preparando para llegar a ser una mujer con muchas ilusiones, anhelos, deseos, proyectos, expectativas….
Ese recuerdo le taladraba la mente cuando a duras penas pudo levantarse de la cama del hospital y se miró ajada en el espejo del enjuto baño. ¿Qué quedó de dichos ojos? Tanto esfuerzo en su profesión, tanto reconocimiento en 20 años…¿Cómo pudo llegar ese día en que sin ser consciente, recibió la primera bofetada y su parálisis le hizo pedir explicaciones en vez de coger la maleta e irse…? ¿Qué disonancia tenía su mente cuando año tras año, alentada por ciertas promesas y explicaciones de su pareja, pensaba que todo era un mal sueño y que nunca se volvería a producir?
Ante la cara extrañada de sus amigos y familiares al enterarse de su drama, Lisa quería morirse y que así acabara ya su pesadilla.
Hundida en la cama, sin escuchar a nadie sin querer ver a nadie, se encontró un día al darse la vuelta, con la cabecita a ras de los limpios ojos de su linda Merche, su hija de 6 años, que sin poder explicar lo que sentía, se dedicó a acariciarle los moratones de su cara con sus pequeñitos dedos, suaves y resbaladizos por la sal de las lágrimas de su madre.
Levantó la mirada suplicando a su mejor amiga que le salvara, pero en su sostenimiento de sus emocionados ojos, se encontró con el mensaje de que no estaba sola, que sacar esa fuerza era rescatar a su hija, que se merecían las dos una vida mejor…
Sin brillo pero con el resplandor de la lucha, Lisa abrió los ojos y se rescató de su propia cárcel, con dolor y sufrimiento, pero con la consciencia de estar en el camino adecuado.