Dos semanas ya desde que nos indicaron la necesidad de quedarnos en casa, hoy 28 de marzo, tengo la piel un poco más abierta si cabe. Si tuviera que decir qué emoción me ha acompañado, sobre todo, en estos quince días, después de una larga reflexión, elijo LA SORPRESA. He pasado por la incredulidad de que esto pudiera ocurrir, lo que me ha llevado a frustración e indignación al principio, en especial. Cuando en la primera semana hubo un boom tan grande por parte de tantas y tantas personas para ayudarnos proactivamente a sobrellevar lo que se venía encima, me he sorprendido de la velocidad de las redes sociales. No porque no conociera su nivel de influencia, ya que trabajo a diario con el medio tecnológico, sino porque las estoy evidenciando en paralelo en tantos ámbitos, que me he quedado durante varios días con “la boca abierta” del poder que hemos creado con la red; esto me ha llevado a sentir empatía, alegría, pertenencia, aunque también cierto miedo porque como el ser humano ha mostrado a lo largo de la historia, tenemos las dos caras de una misma moneda (sacamos lo mejor de las situaciones y algunos, también lo más miserable) y me ha asustado la rapidez con la que estos últimos han aprovechado para robar, generar bulos, suplantar personalidades, sacar réditos, hacer daño en definitiva.
A medida que ha pasado esta segunda semana y yo, llevada por mis valores y actos que ya comencé la semana anterior, me ha sorprendido la evolución de los acontecimientos, las muertes precipitadas, el fin de muchos ancianos, la valentía de nuestros sanitarios (quienes últimamente incluso tenían que soportar agresiones por parte de la población), me ha sorprendido lo nobles que somos “Los Pueblos” en realidad y lo mucho que tienen que cambiar y aprender de nosotros los que nos lideran en este S.XXI (esas viejecitas haciendo mascarillas, esos empresarios cediendo partes de sus beneficios, esos pequeños autónomos reinventándose para colaborar con los equipos de protección, esos agricultores repartiendo fruta y otras muchas muestras tan maravillosas, esos cantantes, deportistas, etc.) todas ellas han hecho que aflorara mi sentido de gratitud que ha vivido a la vez con la tristeza de ver a los mayores fallecer en especial y en general, a todos que no se les ha podido acompañar y a tantos contagiados que tienen que aprender a sobrellevar un confinamiento a veces solo apto para los que tienen medios. Me he sentido muy orgullosa de ver cómo en mi Madrid del alma, IFEMA se haya levantado tan rápido con ayuda de tantos voluntarios y me ha sorprendido que solo haya sido en 3 días. ¡Bravo! A la par que no he podido entender cómo dejaban a los ancianos de las residencias muertos, a puertas cerradas, durante varios días y nadie podía ir a recogerlos. Eso me ha hecho llorar.
Y me he sorprendido por cómo esa tristeza y esa gratitud han “echado a patadas” la rabia para otro momento. Cuando me vienen los sentimientos de indignación por ver las diferencias o incongruencias de muchas de las acciones que se hacen, entonces medito. Medito para poder centrarme en hacer lo que me corresponde a mí y no perder ni un minuto de mi valioso tiempo en crisparme por ideas o por otras cuestiones. “Ahora no, me digo: llegará todo a su tiempo”. Estas dos semanas me han hecho comprender que ahora es momento de unión, compasión y de sacar lo mejor que cada uno tiene. Porque todos y cada uno de nosotros somos primero personas y en esta Pandemia estamos el Mundo Entero. En los rayos de luz en que la compasión me ha aflorado también me he sorprendido porque me ha relajado al no enjuiciar de forma abrupta.
Y me sorprendo, como la primera vez que me sucedió, de cómo cuando nos centramos en ser proactivos, trascendemos a nosotros mismos y somos más operativos, ayudamos más.
En la crónica de esta semana he reafirmado cómo filtrar información, cómo eludir polémicas que no podemos ahora resolver, cómo comprender y admirar a muchas personas que muchas veces pasan desapercibidas (como los limpiadores de las calles que siguen trabajando). He estado aún más pendiente del gesto de los que quiero y he recibido aún con más agradecimiento, la llamada de quien me quiere.
En el fin de esta crónica de quince días, creo que me he permitido sentir tristeza y soledad y poner remedio desde un punto de vista sano, incluso reírme (aflorando el sentimiento de alegría) cuando he compartido un momento de deporte con mi hija, un chiste de algún amigo o familiar, una quedada para tomar el aperitivo virtual… y creo que, me acompaña para este fin de semana, el sentimiento de solidaridad.
Así que, con esta sensación, hoy me he levantado como todos los días al amanecer y me he quedado mirando al sol incipiente, sobre un ladito del barrio donde vivo porque es la luz que nos indica que siempre, mientras haya vida en este planeta, estará acompañándonos… Y me ha encantado sorprenderme.