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Hay momentos en que las palabras se agolpan en la mente ante las señales, las imágenes, los acontecimientos reales e, incluso, las evocaciones que se van produciendo. Comprobar cómo pasa el tiempo y qué hacemos en el espacio que se nos permite vivir, a veces es incluso, desconcertante. Introducidos en tantos momentos personales, la percepción de los minutos no se hace eco en nuestra realidad y de repente, te encuentras que ha pasado un año de algo que pudo condicionarte la vida. Sería un ciclo más. Si se pusieran las variables a modo de fórmula matemática ¿qué nos encontraríamos? Faltarían pizarras si se multiplicara esta vivencia, esta sensación por cada individuo. Pues todos, podemos estar inmersos en las mismas sensaciones, aunque no seamos realmente conscientes de ello.

Tener un “guarda de tráfico de lo que nos va llegando” es todo un arte para que los pensamientos no se atasquen y podamos digerir lo que nos viene de afuera y lo que vamos labrando por dentro.
De ahí, que todo este mes de julio y más desde mi último post esté impactada por tanto horror, tanta incoherencia, pero también por lo bello de lo pequeño, de una solidaridad casi imperceptible.
Grande y pequeño siempre van de la mano. ¿Es eso vivir?