Muchos me preguntan por qué abrazo a los árboles.
Lo que no saben es que cuando me acuesto,
me abrazo a mí misma.
Abrazo a los árboles porque siento que me lleno de energía.
Una energía comparable con el abrazo de mi madre
o con el abrazo único de mis hijos.
Momentos mágicos que comparto con mis Íntimos;
expresión amorosa libre de toda frontera.
Abrazo a los árboles sin esperar nada más que su esencia.
Que sé que es rica, que es buena, es auténtica y
porque sé que es una parte esencial de nuestro Planeta.
A veces, cuando los abrazo, los acaricio con compasión
y hasta les pido perdón por todo el daño que se les hace.
Quizá yo no, pero hasta en eso como humana,
me siento tristemente responsable.
Y siempre, siempre obtengo una óptima respuesta.
Siempre me hace sonreír pletórica y siento que me perdonan,
como un padre enojado por los errores al que el amor le supera.
Con cada foto que ahora miro de mis abrazos,
más fuerza siento en ese gesto, más me elevo;
más me convenzo de que abrazar es maravilloso.
Por eso, me abrazo cuando me acuesto.
Ahora no podemos correr tras los que queremos
para, sencillamente, fundir nuestros cuerpos;
pero somos tan ricos, tan completos,
que solo con cerrar los ojos, yo lo siento.
Me siento el abrazo de todos a los que quiero:
suave, profundo, delicado, lleno de amor y fuego.
Cierro los ojos y me recreo, sonrisa a la vista y,
en mi imaginación, vuelo como un ave mágica.
Vuelo a mis bosques navarros de hayas infinitas,
al azul intenso de mi amado mar de Caí.
Vuelo con mis preciosas personas de Luz
a mi energético Madrid del alma.
Y quizá tú no te lo creas, pero en cada abrazo,
en cada momento que mi mente los vivencia,
siento un completo y afortunado bienestar.
Y mis árboles me responden cada noche
en que me escurro entre las sábanas
junto con los que más quiero,
cantándome la canción del abrazo eterno.
Sé que cuando pueda de nuevo
acercar mi cuerpo a todos los seres vivos,
la experiencia de abrazar será aún más extraordinaria
y sé que, a partir de ahí, por siempre, perdurará en mí.