Valores para Unir. Reflexión sobre los valores en la sociedad actual. Un reto para buscar soluciones.
¡La sociedad del S.XXI! Atrás quedan las imágenes futuristas que enmarcaban las tardes de sobremesa, esas que sacadas de una televisión prehistórica a los ojos de cualquier millennials hacían las delicias de las familias, pensando que todo era una exageración fruto de la fantasía.
Pero, como se suele decir, la realidad supera la ficción y sin ataques alienígenas a modo de Star treck, ni mucho menos, los nacidos en la segunda mitad del S.XX estamos introducidos en el cuadro de este siglo, buscando resortes para entender, adaptarnos y ser felices, de la misma manera que lo harían los que pasaron del XIX al XX y estaban a caballo de una Revolución Industrial, que supeditaba la vida de la población, sin ser del todo conscientes de ello.
Dentro de esa falta de consciencia, se cuecen los valores. Es decir, los valores éticos serían como esos átomos que no se ven porque son de tamaño ínfimo, pero que sabemos que están ahí, en el corazón de todo el desarrollo de la sociedad a lo largo de la historia, en la que el ser humano no puede dejar de crear, es imparable. Es una especie que ha ido evolucionando a base de descubrimientos e inventos, los cuales siempre han tenido un fin primordial: facilitar la vida. Porque no olvidemos que somos una especie que busca el hedonismo, la comodidad y la protección. Aspectos que hacen sobrevivir y que, con esos avances, indagan nuevas maneras, nuevos conceptos para esa supervivencia; a medida que proyecta lo que imagina y lo consigue se motiva, esto provoca que aumente el interés de seguir hacia adelante, la mente se desarrolla y mientras el avance se produce, no se da cuenta cómo con él va transformando la ética que antes del mismo se tenía.
Así, por ejemplo, en la prehistoria se buscaban cuevas para resguardecerse, pero más adelante, se tuvo la necesidad de decorarlas. Hace 1.600.000 años, el Homo Erectus descubrió el fuego y no se conformó con un uso puntual y rudimentario, por lo que siguió insistiendo con constancia, para que después de muchos más años (820.000 ni más ni menos) lo dominara en su totalidad, provocando uno de los avances más imprescindibles de la humanidad. Según los estudios del Wilkins, Schaville, Brown y Chazan (2012) las lanzas más antiguas encontradas datan de hace unos 400.000 años; estos instrumentos se hicieron para la caza, pero el ser humano luego descubrió que era una manera de hacerse superior y de atenazar a otros, facilitándole el status. Y un sinfín de descubrimientos e inventos que no pueden parar porque forman parte de nuestras características como especie.
Se llega por fin, al S.XXI en el que, tras aparecer los primeros teléfonos móviles (algo extrañísimo que muchos de los de la época veíamos como una característica de los snobs) marcaba un antes y un después. Y ahí estaba un Steve Jobs, junto a otros coetáneos, que se planteaba cómo conseguir avanzando en el mundo de la tecnología informática y de telecomunicaciones. Un visionario que desde 1976 no deja de trabajar en esa extensa área. No es casualidad que su evolución diera como resultado sacar al mercado en 2007 su smartphone de primera generación e ir consiguiendo que estos aparatos a fecha de hoy “sean una extensión del cuerpo humano” como él bien predijo. Porque ya nadie tiene dudas de que lo que hoy en día nos sirve para hablar, no es en sí mismo un teléfono, sino un miniordenador conectado al mundo. Sus posibilidades y recursos son tan grandes que esto no solo influye en la manera de trabajar o de facilitarnos la vida, sino en lo que aquí nos ocupa: en nuestros valores y en la manera de interaccionar los unos con los otros.
En el 2009 se introdujo el chat whatssap y con él, cobra sentido todo esto que estamos diciendo. Porque si bien, ya se había inventado la red social facebook en el 2004, nos encontramos con un hecho en todos estos años: las redes sociales son cambiantes, tienen una duración, son caprichosas conforme va modificándose la tecnología y ésta tiene mucho que ver con la sofisticación de los smartphones y otros intereses. Hoy en día, el facebook ha sido prácticamente destronado por el Instagram porque estamos en el mundo de la imagen. ¿Es casualidad que los móviles vendan sus teléfonos con la especificación de cantidad de pixeles que tienen? No. Estas empresas saben con exactitud que la deriva de este mundo tiene un plus de superficialidad: la imagen lo es todo. Por eso, si crean una red donde el fundamento sea el gráfico-visual, saben que tendrán mucho más éxito que solo el “colgar” experiencias en otra red. ¿Qué puede pasar por la mente de una joven para que se haga un selfi y vaya a un cirujano plástico para indicarle que quiere que le deje la cara como esa imagen, a la que, por supuesto no llega con un solo click, sino que lo mismo se ha pasado un día entero ensayando una pose perfecta? Habría que cuestionar también qué pasa por la cabeza de ese médico para hacer dicha operación.
Pero, no es la foto solo lo que interesa; es la inmediatez del hecho que se produce y el whatssap lo facilita: es fácil imaginarse la escena cotidiana de llevar el móvil en la mano, que suene, bajar la vista y darle a los dedos… esperar con ansia que nos respondan, satisfacerse si lo han hecho rápido, angustiarse o enfadarse si no es así, charlar con varias personas a la vez y todo en minutos, con una destreza de pulgares increíble y sin percibir qué pasa alrededor (incluso ponerse en riesgo al cruzar una calle). El objetivo para muchas personas es contar todo in streeming para que todo el mundo pueda ver lo que ocurre, lo que uno hace, lo que uno piensa. ¿Por qué? nos preguntamos los que nos dedicamos a pensar en estas cosas. Parece como un espejismo que rellena el vacío, que cada vez impera más en todos porque somos una sociedad que va hacia el aislamiento y la soledad, no solo en los ciclos más vulnerables (tercera edad e infancia) sino en todos, hasta un punto denigrante para el ser humano como es pagar por una aplicación, a través de la cual se tiene derecho a quedar con alguien para hacerse un selfi, ofrecerle un abrazo o un poco de conversación.
Desde luego si se tuviera el tiempo que se disponía en el S.XX, lo mismo las personas podían reaccionar ante estas demencias de actuación. Pero, no es posible porque una de las características de nuestra sociedad actual es vivir con prisa; tanto es así, que el estrés es la enfermedad psicológica que más ha aumentado porque el estilo de vida no puede dejar de lado el área laboral y, como todo está vinculado, esto influye directamente en la salud física. Así que en esta época vivir tan deprisa tiene una relación directa en comer mal, dormir mal, generar unas dependencias a fármacos para paliar la ansiedad que debería hacerse por el uso de unos buenos hábitos, entre otras cosas. Es decir, la vida pasa tan rápido que nadie quiere perderse nada y las empresas saben que esto es un filón, por lo que constantemente nos abordan con mensajes publicitarios que calan de forma espectacular en mentes cansadas y que al menos, piensan que si consiguen ese coche podrán ser más felices o si tienen esa alta cosmética en sus cuartos de baños, tendrán la pareja perfecta y por supuesto, “al menos si me voy a un viaje maravilloso, todo mi esfuerzo habrá servido para algo”. Así entre hacer y hacer pasan las horas: las de los adultos y la de sus hijos. Acciones que invaden a la población y que pueden ser de alto riesgo, como en el caso del aumento de casas de juegos y apuestas (tanto físicas como virtuales)
Esto supone un terreno harto incómodo: los menores que todo lo captan, que son esponjitas, que están pendientes de sus progenitores… están desde la base sintiendo el peso de esta situación, lo que da como resultado que en este siglo se pueda sustituir el refrán de “venir con un pan debajo del brazo” por “venir con móvil o una tableta bajo los ojos”. Sí, así es, encima se les ha puesto el nombre de millennials para normalizarlo aún más. Estos niños están siendo dirigidos desde la cuna hacia lo que los padres y demás adultos de esta sociedad quieran hacer (aunque sea movidos por la inconsciencia de estos estilos de vida) y son ellos los que poco a poco van “enganchando” a sus hijos hacia las tecnologías, para que en muchos casos no les molesten demasiado. Bien, porque llegan muy cansados de sus labores cotidianas o bien, porque no quieren perderse sus momentos de ocio para dar más sentido a su vida o bien, por las dos cosas. Así, un niño (que es acción-reacción) enlaza rápidamente “lloro-móvil y encima me ponen unos dibujitos con colores maravillosos”. La exigencia estará servida de forma vertiginosa, con repetir esto varias veces. Es sorprendente cómo la mayoría de los padres no piensan, no leen las especificaciones de los juegos de videoconsolas y se los regalan porque “si no lo tiene puede ser discriminado por sus iguales”. Pero ¿qué hace un niño jugando a una guerra con violencia explícita para mayores de 18 años cuando tiene 8, 10, 12…? Sencillamente, lo que hace es anestesiar su mente a la violencia. Neutralizar el efecto devastador que esto tiene al minimizar la importancia, porque el cerebro no necesita ver en realidad lo que pasa, solo con crear una imagen ya sabe lo que pasa, ya lo vivencia. Este es uno de los factores, como bien dicen Garaibordobil y Oñederra (2010) que están en la base del bullyng y por supuesto, del ciberbullyng porque al usar de forma indiscriminada los smartphones desde temprana edad, se produce un efecto asociado directamente al mundo virtual: la sensación de anonimato (algo poderoso, irreal sin duda, pero que genera la ilusión de que no va a pasar nada o de que puedo mostrar más valentía al no tener a la persona enfrente) Pero esto no acaba aquí, ya que como se decía arriba, a los millennials les gusta mostrar todo in streeming (seguramente de forma inconsciente, por falta absoluta de madurez y perspectiva, estos menores retransmiten el acoso en todas sus formas a través de las grabaciones de los observadores hasta hacerse tristemente trending topic, como fue el caso de una niña de 13 años que fue grabada y subida al twiter por hacer felaciones a su novio y a sus amigos, como muestra de “amor”) ¿No es terrible?
Así que, si recapitulamos, tenemos el estrés y estilo de vida, la tecnología y el consumismo (porque sin esta última tendencia, los adultos se pararían muchas veces a pensar un poco más de tiempo y por ejemplo, no cargarían de cosas inútiles y saciantes a sus hijos)
¿Puede haber algo más que influya en los valores? En este punto, no nos podemos olvidar de cómo la autoridad se ha venido a menos. Es decir, esto no es un cambio radical en relación a cómo se venía viviendo en la última década del S.XX, en la que se reclamaba ya una disciplina que tenía mala prensa, por lo que la palabra autoridad estaba incluso mal vista, pasando a un estilo permisivo que ha dado como resultado el haber llegado al límite de la negligencia en muchos casos o laissez faire, que ya decían los franceses. Los padres y madres desbordados por la vivencia del día a día, la incapacidad de tener tiempo para pensar y su propio estrés, provoca no invertir un tiempo de calidad para ilustrar a sus hijos un camino desde el respeto a la autoridad y por supuesto, hacia sí mismos. Esto es muy peligroso porque si desde la base no se produce, tendremos hijos indolentes que consideren que pueden hacerlo todo y que no pasa nada (Berzosa, 2016) ¿Acaso es casualidad que haya cada vez más menores de 16 años siendo partícipes de violencias graves de diferentes índoles? Quien no respeta a sus progenitores, no respetará a nadie. Voces mediáticas como el Juez Calatayud y el ex presidente de la Sociedad para la violencia filio-parental (Javier Urra) lo exponen con claridad y que desde los psicólogos expertos en Familia, las unidades específicas de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado por ejemplo, se indica con absoluta contundencia: “digan No a sus hijos, háganle un favor a él y a la Sociedad”. Los progenitores suelen decir que es difícil mantenerse en el No. Leyendo este ensayo puede quedar meridiano el por qué, aunque aún está el dato de la tardía edad cuando deciden ser padres. Esto, que de entrada podría ser una ventaja de cordura y madurez, no lo es tanto porque ya dijimos al principio, que el ser humano tiene tendencia a la comodidad y si a los 40 años una persona se ha acostumbrado a hacer de “su capa un sayo” vivir una crianza, que es un momento muy cansado, le costará mucho más. Es decir, la edad no es solo por el coste físico, sino por la secuela psicológica de renunciar a una calma y vida sin la entrega que supone ser padres y madres. En este campo de cultivo, es mucho más fácil dejar esas tecnologías a sus hijos porque esto les ayuda a relajarse, no decir un No a tiempo y ser complacientes cuando no tienen que serlo a la par, de ser incoherentes con sus propias decisiones disciplinarias (afortunadamente, no todo el mundo es así, aquí se expone una tendencia)
Y si por sumar, sumamos las cantidades de divorcios y familias reconstituidas que en este siglo han ido en aumento, esto supone que los hijos tengan que adaptarse a unas nuevas realidades, muchas veces que no se solidifican. El estrés es enorme en esta situación para todas las partes. ¿Cómo pueden liberar el estrés los miembros de la familia? No se trata de contemplar como problema que los progenitores se separen o divorcien, sino la manera en que lo hacen, los valores que muestran en esas fases pensando sobre todo en sus hijos e hijas. Sorprende que no se respete en muchos casos los tiempos de asimilación de los menores, más allá de la tristeza enorme de que esos niños se vean atrapados entre la guerra de sus padres y la dureza de que sean víctimas impunes de violencia directa o indirecta.
Llegado hasta aquí, hay que añadir que ¿no se tiene la sensación de que estamos en el siglo de que “vale todo”? ¿De que no hay nada duradero? ¿De que todo es un cúmulo de intereses contradictorios y que cada uno escucha solo lo que es afín a su criterio? ¿De que se ha perdido la independencia mental en pro de acciones de masa sin pensar? ¿De que ante esta evolución colectiva nuestros líderes en vez de guiarnos por un sendero de cordura se han montado en el tren del oportunismo a base de medidas publicitarias y manipulaciones para conseguir escalafones de poder sin pensar en todos, sino en algunos? ¿De que a alguien se le ocurre un invento como el colecho y ahora se tiene que poner de moda de forma indiscriminada que todos los bebés tienen que dormir con sus padres, darles las mamás el pecho hasta que se les caiga el pezón porque si no, no son buenas mamás? ¿De que estamos en una sociedad donde se critica, se falta el respeto si uno piensa diferente en vez de crear espacios de reflexión que sumen, como la convivencia colaborativa entre hombres y mujeres? ¿De que no se puede abordar una modificación de valores éticos si no ofertamos resortes y escenarios adecuados para trabajar el mundo emocional, que es el que está desbordado?
A base de estas y otras cuestiones que seguramente se habrán quedado en el tintero por falta de espacio, es importante que tengamos claro que los VALORES globales del S.XX no van a volver, salvo que haya una ruptura brutal, que esperemos no veamos. La sociedad está evolucionando y esto tiene una dirección, pero sí se pueden hacer acciones que nos ilustren un camino más sano; porque de esto al fin y al cabo estamos hablando: de salud mental, ya que una sociedad tiene unos valores adecuados, provoca acciones sanas y la vida tiene más bienestar. Es imprescindible, por tanto, trabajar desde la base y la base de una sociedad es la Familia. Hacer campañas de publicidad, al igual que se hace para poner freno a los accidentes de coche, en donde se puedan exponer valores centrales de respeto y coherencia en las familias, que como son la base, lo que de ahí salga, se proyectará hacia otros contextos sociales. Una campaña que parta del lema: “No todo vale” pero no en algo concreto, sino en general.
Usar las tecnologías es estupendo. Un gran avance, pero hay que hacerlo bien. Hay que educar. Hagamos de las tecnologías un aliado, no para un uso indiscriminado en los colegios que, hasta las empresas que las han creado hacen que sus hijos estudien con pizarras clásicas y a la antigua usanza. Momentos puntuales para investigar, para hacer trabajos de campo pero que a los niños no les invite a normalizar que todo su mundo está en un mini aparato. ¿No es sorprendente que los empresarios que han “enganchado al mundo” liberen a sus hijos de estos avances para aprender?
Los valores tienen que centrarse desde que los niños son pequeños. Es necesario una educación familiar emocional que los sostenga, desde la autoridad bien entendida; esto es, un estilo positivo, un tiempo básico para poder comunicarse e interaccionar, un acercamiento a lo esencial, la naturaleza; es decir, implementar programas en este sentido para que se sientan en cohesión las familias, independientemente de sus creencias. Porque no olvidemos que no es lo mismo valores que creencias, como bien se expone en Fernández Sedano y Besabe Barañano (2007) . Es necesario no tratar a las familias como extras de un sistema educativo. ¡Qué error más grande! Los maestros son también familia y ellos no están exentos ni mucho menos a nada de lo aquí expuesto. Habría que plantearse un pacto de Estado que no estuviera supeditado al partido político que gobierne, para que se perpetuara el eje central de una Sociedad: la educación. Y en este caso, una educación emocional porque la sociedad de este siglo necesita nuevos resortes de actuación para hacer frente a los restos en valores que se tienen. Sí, una educación emocional que una en el mismo barco a familia y profesorado, como se demostró en Berzosa (2003) . Un interés imprescindible por parte de los gobiernos para incluir políticas preventivas, coordinadas y por supuesto con un apoyo de financiación para que puedan hacerse globales, por un lado, y adaptadas a la riqueza de las diferencias culturales de España y Europa, por otro. Todo esto, requiere una inversión y ya es hora de hacerla.
Las soluciones no son fáciles, pero ¿quién dijo que vivir lo fuera? La diferencia entre anclarse con la queja de un pasado que se ha quedado obsoleto es absurdo y nos hace incompetentes. Es necesario adaptarse y “jugar” con los mismos instrumentos. Hay que concienciar a la sociedad desde los medios visuales, gráficos y de redes sociales; es decir, desde la tecnología, pero sin adscribirse a ningún ideario político ni religioso porque eso quedaría expuesto al rechazo perse del que pensara en contra. Se necesitan acciones independientes, técnicas, con conocimiento de causa y en equipo de diferentes profesionales expertos en la materia.
Al menos, intentarlo ya ayuda a construir y en esa labor, todos debemos unirnos porque no lo olvidemos, la Sociedad la conformamos todas las personas que estamos en ella.