El presentimiento

Sentada en medio de la infinita soledad que me acompaña, mi mente va de un lado para otro sin más guía que su propio albedrío. ¿Cómo he llegado hasta esta posición? ¿Qué parte pude elegir y no supe o no quise? ¿Por qué no hay nada a mi alrededor?
Mis pensamientos giran y giran un día tras otro buscando una respuesta a algo que una, no sabe bien siquiera qué es, porque, incluso, olvida cuál era la pregunta inicial.
Mientras que funciono; es decir, mientras que trabajo, cocino, cuido a mis hijos, estoy con los clientes en la tienda, me hablan los compañeros y hasta cuento chistes… no tengo ninguna sensación de aislamiento. No, estoy ocupada quizá como la mayor parte de los seres vivos con los que estoy compartiendo esos momentos y, nadie podría decir que tengo una doble vida, tanto que a veces, incluso me planteo “¿qué pensarán si un día dejo de ir al trabajo y me llaman, no contesto y me buscan y me encuentran ahí, tumbada ante mi desesperanza por no saber dar respuesta a todas las inquietudes que me acompañan?” Suelo concluir “¡Menuda sorpresa!” para luego imaginar, así como por el devenir de las propias ideas, lo que podrían decir “¡Es increíble… si hasta ayer mismo estábamos charlando, riendo…! Si parecía tan feliz… Lo tenía todo… ¿Qué le habrá pasado?….” y así un sinfín más de frases repletas de incomprensión. Llego a la conclusión que muchos llevamos, efectivamente esa doble vida (mi prudencia me impide ser tajante y cambiar el “muchos” por el “todos”)
¿Dónde han quedado aquellos lances espontáneos que a uno le hacían a veces funcionar, aunque tuviera que ser víctima de ciertas equivocaciones por ser respuestas algo precipitadas?
“¡Qué rabia!” me digo porque se quedan atrás y no suelen recuperarse. Se van perdiendo como Pulgarcito perdía sus miguitas de pan a medida que las iba vertiendo con toda su ilusión en el camino. Cuando me contaron el cuento de Pulgarcito sentí que se decepcionaría muchísimo, perdería la esperanza de encontrar ni más ni menos que a sus papás. Me daba mucha lástima ponerme en su pellejo en ese momento y sentí con claridad cómo mis hijos tenían las mismas reacciones. Pues así me siento yo cuando observo que mi intuición, mi espontaneidad a la hora de percibir el mundo se está desvaneciendo y presa de la más engañosa racionalidad me pierdo en abstracciones de lo más reales y seguro, a vista de muchos, pragmáticas.
Sin que nadie me diga qué debo o no intuir, pero sabiendo que no es la mejor forma en la que un adulto “deba moverse” pongo el filtro como tantos y voy perdiendo las conexiones con un sí, un no, un quizás rápido sin tapujos.
Recuerdo con gratitud varios momentos de mi vida en los que esa sensación me acompañaba, la escuchaba y me servía de guía. Especialmente me viene a la memoria la vez que conocí a Pedro. Ahí estaba con su barba blanca, sus grandes gafas, su pelo inicialmente canoso y su mirada franca. Cuando le escuché la primera vez yo estaba sentada al final de una inmensa clase de la universidad y me dejé seducir por sus palabras. Algo hizo acercarme a preguntarle (no recuerdo qué) y cuando lo tuve en frente y es más, cuando él me tuvo enfrente, un instante de miradas bastó para “conectar” de manera que tras 18 años sigo unida a él de alguna forma. Creo que incluso nos planteamos si nos habíamos visto antes. ¿Cómo se llama eso? Los ingleses dicen que feeling ¿o son los americanos? Da igual. En cualquier caso aquí lo llamo yo algo así como un “chispazo” por el que fui su alumna, su discípula, la seguidora de una gran parte de sus intereses que, posteriormente hice míos y él “mi maestro”. Tanto fue así que al cabo de unos 9 años más o menos, cuando ya vivía en otro lugar y hacía mucho tiempo que no le veía, por motivos de trabajo, un día conocí a una persona que de repente se me figuró un clon de él (el mismo tono de pelo, las mismas gafas grandes, la barba…) y cuando nos quedamos mirando ambos dijimos ¿Nos conocemos? Y volví a sentirlo. En este caso a la réplica, no era más que eso una réplica que pudiera servir para recordarme que él estaba presente en mi vida, nunca más la volví a ver.
¿Qué hubiera pasado si aquel día no me hubiese acercado a mi maestro? ¿En qué hubiera influido en mi vida? ¿Es posible que yo influyese en la suya? Siendo así, ¿qué consecuencias hubiera tenido para él si no nos hubiésemos visto nunca?
Los presentimientos no siempre tienen los mismos resultados. Se me viene uno a la mente (por desgracia no es el único) que a la larga, al menos por ahora lo vivo así, me produjo gran dolor. Un día, en el trabajo conocí a Sofía y recuerdo que mientras me miraba de arriba abajo, sentí cómo acababa de nacer algo entre ambas. Tuve ese “chispazo” de nuevo y le dejé entrar, dejé que conectara con lo más profundo de mi ser, me dejé llevar y el fruto fue una macerada relación de 14 años en la que, al menos yo, la viví como si de algo filial se tratara. A medida que se acercaba a la lúdica “niña bonita” no quise escuchar otros mensajes directos, claros porque mi razón iba taponando la entrada de esos pensamientos intrusos. No quise hacerlo quizá porque no me gustaba lo que percibía y prefería mentirme y seguir atendiendo a lo que quedaba tras tamizarlo. Pero el devenir de las relaciones es nítido y nada se puede hacer para evitarlo. Así fue. Todo aquello que percibí, lo fui sintiendo, viviendo hasta que el dolor me hizo despertar y repasar con claridad las veces que llamó a mi puerta y no quise abrirle. Ahora me pregunto ¿qué hubiera pasado si en vez de ignorarlo le hubiera al menos concedido la oportunidad de mirar por la mirilla a ver qué me podía encontrar? ¿Hubiera cambiado algo el desenlace? ¿Al menos podría haberme evitado tanto sufrimiento? ¿En qué parte de esa historia pude dar un giro para facilitar otro desenlace? ¿Quizá desde el principio?
Los presentimientos, ¡ay! Los presentimientos… esos caprichosos y desterrados señores andantes de nuestras vidas tan aparentemente razonables. No todos son iguales, qué va: los hay vitales, esas señales que te indican que la vida te va a dar un gran vuelco por una gran decisión (puede ser un cambio de trabajo, de domicilio, de pareja, el encuentro con un ser especial, el descubrimiento de querer estar en otro lugar del planeta diferente…) o aquellos más intrascendentes, los pegados a la cotidianeidad, aquellos que pueden pasar más desapercibidos por minúsculos, pero con un gran poder por la cantidad de veces que se asoman a nuestras vidas (los tienes en la almohada, en el sofá, mientras comes, cuando lees un libro, escuchas una canción…) y notas que “se te levanta el estómago”…
Se pueden encontrar si uno sale a buscarlos sin que sea necesaria la luz del día. Están ahí, en la más oscura nocturnidad, como aquella vez en que me vi tan desolada, tan triste, tan dejada que decidí dar un salto en mi vida y cambiar justo al despertar de un sueño revelador que me condujo hasta mi más tierna infancia. Se aparecía de manera recurrente una imagen “real” de mi casa, mis padres, mi entorno. En otras ocasiones me había sucedido y nunca sabía qué me anunciaba… hasta que un día vi la luz al levantarme. Siempre visualizaba las imágenes que no me gustaban, aspectos que bien podrían relacionarse con lo que vivía yo misma muchos años después. En uno de esos encuentros con Morfeo, uno de esos flashes me hicieron comprender que ya era hora de provocar un cambio y arriesgarme a hacer algo diferente a lo que yo había vivido… y… con mucho miedo, lo hice. ¿Para bien, para mal? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiese escuchado?
Esa fue la última vez que hice caso a la voz de mis presentimientos. A partir de ese momento me pasé al otro lado, el de la comprensión práctica.
Harta de dar tantas vueltas a las ideas sin tener muchos avances, me levanté un día de un intento de siesta dispuesta a dejarme invadir por mi rutina, pero de manera inesperada el atardecer cambió el curso de mi vida. Un impulso de aburrimiento me hizo apretar el botón de la televisión y sin más me quedé aterrorizada mientras escenas se clavaban en mi retina. Algunas eran muy lejanas y otras extremadamente cercanas. No podía comprender qué estaba pasando mientras yo me debatía en mis múltiples e inquietantes visicitudes. La vengativa naturaleza se cebaba, no sin razón y aporreaba con su mazo de terremotos, huracanes y tifones a la parte más empobrecida de la madre tierra y por si esto no fuera suficiente desgracia, ahí estaba la paradoja insolente, la doble moral de los humanos que no hacía otra cosa que provocar estampidas de pobres gentes cuyo único fin es sobrevivir, sobrevivir porque todo lo tienen perdido al arrebatarle sus bienes más básicos y preciosos. Gentes a las que no sólo se les pone barreras cada vez más altas coronadas por el infortunio de los pinchos, sino que se les encadena entre ellos, se les mete en un autocar y se les abandona en el desierto, desterrados a una suerte fija, segura, evidente.
Me quedé inmóvil, sentada en el cómodo sillón de mi salón, sintiendo como transcurrían lentamente mis lágrimas en mi limpia y fina piel, con mi café caliente en la mano y escuchando a otro como yo, pero eso sí, esta vez de color negro, con los ojos enrojecidos de dolor y la piel algo menos limpia por el polvo de su lucha.
Me sentí tan…tan rara… Tuve por un momento tanta invasión de emociones contradictorias que me complací cuando un leve “chispacito” se dejó paso ante mi sesuda racionalidad de los últimos tiempos, más aún cuando fue subiendo de intensidad al ver la solidaridad del pueblo ante tal masacre.
Dejé de pensar. Ya no hacía falta.
Ese fin de semana marcó un antes y un después. El lunes pedí unas horas libre y me acerqué a la Cruz Roja. Solicité hacerme voluntaria. Quería ayudar, quería salir de mi enclaustramiento privilegiado. Yo era enfermera, aunque no hubiera practicado mucho en los últimos tiempos… Mientras lo explicaba me llegó una imagen de mi “maestro” en una de sus charlas sobre el ejercicio de la profesión en poblaciones marginales. Salí con un cierto nudo en el estómago, algo así como un agradable vértigo y, de manera inexplicable más decidida.
Al día siguiente hablé con mi jefe: “quiero pedirme una excedencia, si es posible, Paco” “¿Cómo? Déjate de bromas, anda”. Mi gesto era suficiente revelador como para que se diera cuenta rápidamente que precisamente no estaba contando ningún chiste. Sabía que no me entendería ni me aseguraría mi puesto. “Sólo me comprometo a darte seis meses, no puedo más”. “Vale, me basta con eso, muchas gracias” aunque no supiera con claridad el que iba a necesitar.
La parte más complicada era explicarle a mi pareja lo que había decidido, pero llegado a este punto, no quedaba más remedio. Tenía que dar el salto definitivo. Cuando cenamos busqué la ocasión de hablar a solas con él y sin saber si el preámbulo iba a ser convincente, decidí ir al grano por una vez.
– Quiero comentarte algo que quizás… te sorprenda… He estado pensando…
– Sí, ya te he notado algo distante… ¿qué pasa?
– Necesito un cambio. –Dije al fin.
– ¿De qué?
El siempre tan directo, pensé mientras me esforzaba en continuar.
– Pues de… de vida
Ahora sí que capté su atención. Seguro que por su gesto creyó que en la palabra vida iba incluido él como protagonista de mi historia. El caso es que no parpadeó y antes de seguir dejándole elucubrar me adelanté.
– Me refiero, a un cambio de estilo de vida.,
– ¡Ah!- se desinfló como si dijera ¿Eso?- Y ¿qué vas a hacer? ¿Montar una tienda de muñecas de esas antiguas? Siempre te gustaron mucho las muñecas y mira… ahora a tus 45 años podría ser una forma de evocar tu pasado.
Ahí estaba él, frivolizando con sus bromas de siempre algo que me había costado días decidir… ¿qué digo días? Meses, aunque no fuera realmente consciente de ello. Noté cómo me enfurecía, pero quise calmarme.
– No precisamente, no es eso en lo que he estado pensando. Más bien, incluso, lo que he decidido.
– Me tienes en ascuas.
Su sinceridad era auténtica, pero a mí me parecía que tenía ciertos matices de poca relevancia, quizás porque yo era la única conocedora de la trascendencia que esto iba a tener y, por supuesto, él no se podría imaginar en qué habían estado entretenidas mis neuronas desde hacía bastante tiempo, ¿cómo imaginar que estaban haciendo una autovía para dejar paso de nuevo a mis presentimientos y entre los dos hacer una obra de ingeniería que realmente me pudiera servir para los pasos oscuros de mi existencia?
– Me he hecho voluntaria, voluntaria de la Cruz Roja.- Dije al fin.
– ¡Venga ya! ¿Sí? ¿Cuándo?
– Sí, ayer.
– ¿Y cómo que no me lo dijiste?
– Ya te lo estoy diciendo.
– ¿Y qué vas a hacer? ¿Te va a ser fácil compaginarlo con tu trabajo?
Ahora era yo quien me quedé petrificada mirándole a los ojos sin que me salieran las palabras, ¡qué digo palabras! Ni un solo sonido de mi boca.
– Sí- no me oí, pero creo que lo dije- Me he pedido una excedencia.
Y en esta partida de tenis del silencio, le tocó a él jugar y se inmovilizó hasta que pudo reaccionar.
– ¿Qué estás diciendo?
– Pues eso… En seis meses a partir de la semana que viene, no voy a trabajar.
– ¿Cómo que no? Y me lo estás diciendo ahora… pero tú, ¡Tú no puedes hacer eso!… Tomar esa decisión por tu cuenta…
– Sé que te extraña, pero necesito un cambio. Te lo he dicho muchas veces y tras darle infinidad de vueltas yo… yo siento… que es lo que quiero hacer.
Creo que ahí yo iba empeorando sus reacciones.
– Que… ¿Tú sientes? ¿Qué te pasa? ¿Y lo pagos? ¿Y nuestro Proyecto? Y…
Me sabía lo siguiente.
– …Y… ¿el coche que nos íbamos a comprar?
Acerté.
– Espera, tranquilízate. Tenemos ahorrado algo, más el dinero que mi madre me dejó por la herencia. Podemos tirar de ahí… además empiezo como voluntaria pero los enfermeros son muy necesarios y es posible que me contraten, eso me han dicho y… si no, tras estos seis meses lo dejo y ya está… yo… necesito probar.
– Tenías que haberlo compartido conmigo…- esta vez su tono reflejaba cierta decepción-
– Sí, sí… lo sé, pero esta decisión es muy importante para mí y no quería que nadie influyera en ningún sentido.
– Pero… ¿qué te ocurre? ¿No te gusta lo que tienes? ¿No eres feliz?
– ¡Qué se yo! No espero ser feliz al cien por cien, pero es que… esos proyectos que tú dices… ¿Sabes? Creo que…-Y ahí tenía esa sensación: “el chispazo” había vuelto. Mi estómago hablaba- … Eran tus proyectos, pero no los míos. ¿Para qué quiero yo un coche nuevo si este anda? Mira, la verdad, no me seduce ir al mejor hotel como este año o a ese crucero al que me quieres llevar… ¿Cuándo he cambiado? ¿He sido yo siempre así? No lo sé… No tengo respuesta. Habré cambiado y ahora aunque me gustan las cosas… no necesito tanto y además no me gusta mucho la postura pasiva que tengo y prefiero probar…
– Ya…- estaba molesto y además de escuchar mi discurso sobre mi propia identidad, su mente buscaba de manera rápida explicaciones en las que basar una posible revocación de mis intereses- Y además de en no recibir dinero, ¿en qué más va influir esta decisión? ¿Has pensado en tus hijos? ¿Te quedas aquí o vas a estar de viaje todo el tiempo?
– Pues… mis hijos creo que se sentirán bien, orgullosos como otros tantos hijos de personas voluntarias. Por ahora iré dos veces a Melilla a la semana y el resto por aquí, haciendo cursillos, reciclándome… ya te he dicho que hay posibilidades de contrato.
– ¡Qué ilusa! Además de tu edad ¿No te das cuenta de que no ejerces desde hace más de diez años?
– Por eso voy a prepararme de nuevo. Escucha, lo tengo claro. Lo voy a hacer. Siento…
– ¡Siento, siento!- Su tono era bastante exacerbado- Se siente a los 20, no a tu edad. A tu edad, se piensa y se estudian los pros y los contras, a ver si te enteras de una vez…
A partir de ese momento dejamos de discutir. Una sonrisa íntima salió de mí. Por una parte no podía enfadarme con él, yo había estado presa demasiado tiempo en la cárcel del “debo” Ahora me había liberado. Mi firmeza, mi convicción estaba por encima de sus quejas. Al contrario, una fuerza interior me decía que todo iba bien. Era él… el presentimiento me acompañaba para hacerme fuerte en mi decisión, estuviese o no acertada, pero para dar un mayor sentido a mi camino.
Ahora me parecía lejano mi malestar. ¿Cuándo volvería a plantearme qué hubiera pasado si en vez de escuchar a mi cuerpo ante tanta injusticia me hubiese distraído con lo que quemaba el café y con otras mundanerías?
La cuestión es que desapareció la sensación de tener esa doble vida.