El corazón de la araña – Capítulo I

Siempre se sintió afortunada porque casi antes de terminar la carrera, ya tenía una beca para estudiar en uno de los hospitales más prestigioso de Madrid en esta área. Era una ávida estudiante que devoraba todo lo que se le ponía por delante, sin importarle las horas que pudiera invertir. La prueba de ello fue cuando se produjo una transmisión de Legionella en el segundo verano como residente. No descansó prácticamente hasta que la enfermedad estuvo controlada. En ese momento trabajaba en el departamento de su querido Dr. Rodríguez, su mentor. El maestro del que aprendía a diario. A este hombre no le faltó tiempo de hacer una carta de recomendación, expresando todas sus cualidades, antes incluso de que fuera necesario requerírsela. Siempre le decía que tendría que llegar un momento en que se fuera de su lado y ampliar los conocimientos desde otros ángulos.
Pasó de cultivar muestras, identificar parásitos, detectar antígenos y anticuerpos, a dedicarse a un proyecto con una vía única. Era un trabajo mucho más especializado que si bien, le proporcionaría seguir con su especialidad tras su tesis doctoral, acerca de la transmisión de las enfermedades infecciosas debidas a la globalidad y movimientos migratorios, le privaba de un hecho que le oxigenaba en gran medida: la diversidad del trabajo.
Ella no se había planteado un cambio porque Madrid era su tierra, se sentía bien allí, hacía lo que quería y estaba bien considerada. Era la mano derecha de su maestro. Había pasado por un esfuerzo ingente hasta conseguir esa beca y no estaba dispuesta a renunciar a ello; ni siquiera cuando su pareja le dio la noticia de que le trasladaban a Cádiz, ella no hizo ademán de mover ficha y prefirió enfocarlo desde la perspectiva de que, lo mismo era algo temporal y que pronto le volverían a movilizar. Le echaría de menos, seguro, pero pensaba que ya se organizarían. Así, pasó un año, hasta que un día se presentó en su despacho un señor trajeado, maletín en mano y actitud segura. Directamente iba a ella, expresándole que representaba al mayor hospital experimental que jamás había existido en España. Estaban buscando a los mejores y les faltaba reclutar a un jefe de departamento de microbiología, precisamente especialista en infecciones. Habían estado revisando las tesis doctorales de los últimos cinco años y la encontraron. Cuando hablaron con su maestro, éste les aseguró que no habría nadie mejor para el puesto que la doctora Menzábal.
Esther se quedó muy sorprendida de no haberse enterado de nada y de que precisamente, fuera también en Cádiz. Dudó por un instante y les comentó que tenía que pensar bien lo que esto suponía, pero lo que en realidad quería era hablar con su profesor.
– Pedro, ¿puedo pasar?
– Claro, adelante Esther.
– Ha venido a verme un hombre que dice que es el representante de un macro hospital experimental…espera que tengo aquí la tarjeta…se llama…
– Hospital Glôbal.
– Ése. ¿Tú lo conoces?
– Suelo leer sus informes. Son buenos. Trabajan ahí personas muy relevantes.
– Yo nunca lo había escuchado y tampoco había leído nada en mis documentaciones.
– Sí que lo has hecho mujer.
– Me acordaría, ¿no crees?
– Este hospital forma parte de un grupo experimental internacional, lleva el nombre de su fundador: Grupo experimental LGR, de Leo Giovanni Robinson.
– ¿Giovanni Robinson, el científico que ganó el Nobel por sus investigaciones acerca de las conexiones neuronales en casos de enfermedades autoinmunes?
– El mismo. Hijo de italiano y madre inglesa. Una eminencia como sabes y del que te has documentado estrechamente en una parte de tu tesis, la relacionada con las infecciones recurrentes y su afectación en diferentes partes de nuestro cuerpo…
– Claro, claro. Pero, ¿por qué no se llama así aún?
– No tengo ni idea. Cuando murió supongo que tendrían participación otros familiares y no sé, no tengo todos los detalles de su causa para saber los entresijos de esa Entidad.
– ¡Ah! ¿Por qué no me dijiste que vinieron preguntando por mí?
– Porque en realidad no me ha dado mucho tiempo. Fue ayer; tú estabas de descanso. Ahora son las 12 y ya han hablado contigo.
– Quieren que me vaya para allá. Me dan el departamento de microbiología.
– Lo sé- dijo él con seguridad.
– Y… ¿Qué te parece Pedro?
– Mujer, es una ocasión de oro. Posiblemente no tendrás ninguna más así, al menos en este país. Ya ves cómo están considerando a los investigadores.
– Ya, pero, ¿ya no quieres que trabaje contigo?
– ¡Qué cosas dices Esther! Eres mi mano derecha, sin duda, pero tienes que avanzar en la línea que te has trazado. Tu tesis es muy importante y supongo que por eso te han escogido. Es un tema de actualidad porque van a ir creciendo este tipo de enfermedades. Para eso te has especializado.
– Ya, pero yo aquí estoy muy bien.
– Esther, yo no dudaría si fuera al contrario por muy bien que estuviera. Tienes que hacer tu vida y esto es temporal. Cuando se acabe tu beca, vete tú a saber si habrá presupuesto para darte una plaza. Ya sabes cómo están las cosas.
– Sí, lo sé.
– Yo que tú no me lo pensaba y… estaremos muy en contacto, eso sin duda. Además, así tendré un sitio donde veranear con mi mujer-dijo riendo.
– Eso está asegurado. Te debo tanto…
– Mira, esto es una cadena. Yo aprendí muchísimo de mi maestro y tú de mí. Ahora toca que otros sigan aprendiendo de ti. Demuéstrales a todos lo que sabes.

Esther no pudo decir que no. En menos de un mes ya estaba en su nuevo puesto de trabajo, para la alegría fundamentalmente de Carlos, su marido, que pensaba que los astros se habían alineado por fin, en pro de su beneficio. Con la capacidad de adaptación de la que hacía gala, en cuanto vio el hospital por Internet, se sintió agradecida por tener la oportunidad de haber conseguido esta plaza al menos por tres iniciales años y después del último en que había vivido de forma intermitente con su pareja, se dio cuenta de lo que le echaba de menos. Antes de llegar, ya se veía allí.
Para celebrarlo, Carlos, en su primer día definitivo, le pidió matrimonio, de manera imprevista, en medio de una de las calas más bonitas que jamás había visto. Con el mar de fondo, su mar, como ella diría a partir de ese momento y con el sol cayendo bajo sus cabezas, ante el reflejo plateado de las cristalinas aguas, dijo que sí.
Decidieron casarse a su manera, en la playa, por lo civil y descalzos. Sentir la arena bajo sus pies, en tramos seca y caliente, mientras que, en otros, húmeda y fresca, le proporcionaba un bienestar más allá de lo que se podía vivir; era algo interno, sensorial, algo que la conectaba con otra realidad: más íntima y aniñada; algo que ni siquiera podría explicar con palabras, pero que se traspasaba por la frescura de su sonrisa y el brillo de sus ojos. Carlos estaba tan emocionado como ella, quien no lograba aún entender cómo se había hecho un giro de 360º a su futuro sin pensarlo. No le importaba.
Sería una boda íntima, sólo sus familiares más cercanos (que tampoco eran muchos) y los tres o cuatro amigos más especiales. En un mes lo tenían todo previsto. Hasta el dios Eolo les respetó ese día, dejando sólo una ligera brisa para deleitar una puesta de sol maravillosa justo en el momento más especial de la ceremonia; un instante amenizado mágicamente, para sorpresa de Esther, por una de las melodías que más significado tenía para ellos y que nunca podrían olvidar. Cuando comenzó a sonar mientras que la gran bola de fuego se iba asentando tímidamente sobre la suave línea argéntea, se desplazó con todo su ser a lo largo del tiempo para encontrarse con ese Aranjuez y esa versión que les hizo desear vivir en Cádiz. La maestría de los dedos de Paco de Lucía, la elegancia de una creación tan majestuosa, la fusión de una orquesta y ellos…Ellos que por fin cumplían su sueño.
– ¡Qué buena pareja hacéis! -dijo Elena, su mejor amiga.
– Gracias. La verdad que estamos en la misma onda y eso es muy importante. Me siento totalmente feliz.
– Me alegro mucho. Ojalá que algún día yo pueda tener un hombre parecido al tuyo.
– No desesperes, querida. Mientras, deberías alejarte de malas influencias que te impiden dirigir tu energía hacia otros caminos más buenos para ti.
– Vaya, pensé que hoy no saldría tu vena de mística-dijo divertida, dándole un abrazo.
– Ahora la voy a desarrollarla aún más. Date cuenta cómo se nos ha puesto todo en nuestro camino, así como por arte del azar y volver a vivir con Carlos de continuo…me parece que vamos a convertirnos casi en Buda-rió.
– ¡Eh! No te contradigas, que tú siempre has dicho que las casualidades no existen…y eso de Buda…y ¿Perderte el sexo?
– Es verdad. Mejor nos convertiremos en tántricos-dijo con picardía- Pero ahora en serio, es que aún no me creo todo este cúmulo de circunstancias que nos provocan que estemos juntos aquí, en este lado del mundo. Es alucinante, ¿no crees?
– Un poco sí, la verdad, pero para que veas, la vida tiene lo más sorprendente para bien y para mal. Disfrutadlo y no penséis en nada más.
– Amén- concluyó dándole un fuerte beso- Vamos a bailar, venga.

Esa noche sería el pistoletazo de salida de una vida agradable y satisfactoria en todos los aspectos, una vida que corría a toda velocidad. Sin darse cuenta pasaron tres años en los que la felicidad de Esther no se alejaba de su puerta, ni en su vida privada ni en su trabajo. Había coincidido con un equipo joven, vitalista y muy motivado, que le facilitaba su rol de jefa de uno de los departamentos de micro. Los otros dos, cada uno con un jefe, se dedicaban a otros proyectos también ligados a estudios muy trascendentales y los tres eran dirigidos por una Jefa de Sector, que no era un derroche de alegría ni sociabilidad. Estar en un hospital con ese despliegue de medios era para Esther algo casi irreal, lo que hacía minimizar la actitud impertinente de su superiora “La Juana”; en realidad era una mínima molestia en relación a todo lo demás porque no se encontraba en un hospital corriente. Era una Institución experimental para el progreso científico, el avance en enfermedades especialmente difíciles de erradicar o tratar, como el cáncer, el SIDA, las nuevas epidemias vírico-infecciosas creadas a causa de la globalización, de la mezcla intercultural y los movimientos migratorios frecuentes (precisamente ése era el objeto de estudio de su departamento).
La “Comisión Europea para el Cuidado de la Salud” decidió invertir en un centro de características especiales, en las que la investigación fuera el primer objetivo y en la que además de que hubiera enfermos que decidieran acceder a los tratamientos en proceso, se hiciera una medicina diferente, humanizada, con técnicas de relajación, psicológicas, basadas en el bienestar anímico. Tanto era así que se investigaba en los avances de medicamento, avances terapéuticos o en las estrategias psíquicas para valorar cómo el enfermo puede ayudar a su curación.
No todo el mundo podía trabajar en este sitio privilegiado. La selección era exigente y Esther disponía de una formación exquisita. Además de su doctorado, dominaba varios idiomas, sabía coordinar equipos y contaba con la experiencia médica de 3 años en un hospital público de Madrid. Cada vez tenía más claro que a pesar de la carta de recomendación de su maestro, ella tenía un perfil apto para este puesto, como los otros colegas que lideraban los dos departamentos restantes. No sabía bien por qué su departamento fue el último en crearse y aunque preguntó entre otras inquietudes ésta, nadie le respondió porque allí nadie preguntaba nada. Lo dejaban claro en el momento de firmar el contrato: las decisiones las tomaban los directivos, teniendo en cuenta un entramado muy complicado de circunstancias. Ellos actuaban en función de las órdenes que les daban.
Al principio le pareció un lugar irreal. Más que una residencia, tenía un aspecto de un exquisito hotel al que no le faltaba ningún detalle. Las habitaciones eran individuales, salvo la de los niños donde siempre había más de una cama para que los enfermos pudieran estar más animados; pero si algún adulto sentía una imperiosa necesidad de compañía, se podía poner una cama supletoria porque el paciente y su bienestar eran la prioridad. Los recursos audiovisuales ayudaban a crear deseosos espacios virtuales, confortando a muchos pacientes no sólo a distraerse, sino para que pudieran conseguir con más facilidad sus objetivos. Así los que estaban muy afectados por la enfermedad, tenían programadas películas cómicas para producir la risa y modificar en la medida de lo posible un aumento de emoción positiva, lo que ayudaría no sólo al propio transcurso de la enfermedad, sino a la percepción tremendista hacia ella. Todo se estudiaba minuciosamente y toda la influencia era registrada como un posible logro.
Los colores eran elegidos conscientemente y esto le apasionaba porque dentro de sus hobbies estaba investigar sobre la influencia de la posición de las cosas, las tonalidades, los sonidos. Siempre creía que todo contaba para una persona, estuviera sana o enferma. Pronto comprendió porqué las paredes tenían un color pastel, diferentes eso sí, en función de la especialidad: las completamente verdes para las víricas y autoinmunes; las azules tenían diferentes gamas, nunca llegando a un azul oscuro para no provocar tristeza, sino que la paz era lograda con la suavidad tenue de una gama que se mezclaba colores cálidos, que envolvían al paciente en el equilibrio necesario sobre todo para los que padecían de tumores. Para los enfermos terminales el color era más neutral en general, pero se salpicaba de naranja a cierta altura de la pared, incluso del techo (fabulosa idea, así a la altura de los ojos añaden un color energético, para que entre otras cosas sea lo último que pueden ver cuando duerman-se dijo así misma sorprendida); las infantiles tenían el fondo blanco y sobre él se decoraban las paredes con motivos en función de la edad. Incluso, los propios niños podían elegirlos o traerlos de sus propios domicilios.
El color miel del mobiliario, la alegría de las cortinas, el resplandor del suelo brillante, la limpieza del cuarto de baño, al que no le faltaba ni siquiera el lujo de tener un inodoro autolimpiable, de aquellos que le salen el chorrito cuando el usuario ha hecho sus necesidades… Todo, era de máxima calidad y la comida no suponía una excepción ya que se disponía de varios cocineros reconocidos, que realizaban menús dietéticos con la estética de un chef gourmet. Todo era sorprendente y creaba un estado anímico predispuesto para la sorpresa y la sonrisa. Sonrisas que no le faltaban al equipo médico. Todos, desde la limpiadora hasta el máximo responsable, tenían un trato amable, cordial y atento. Como si fueran miembros de una farándula, se acercaban con el fin de hacer a sus pacientes, (personas que sufrían) la vida más agradable y, sin necesidad de plantearse la dichosa inferencia paciente-médico, sus gestos cariñosos no hacían otra cosa que aumentar su credibilidad y en gran medida, avalar una mayor curación.
En todo el tiempo que Esther llevaba en su nuevo destino fue observando el lugar y comprendiendo toda la filosofía, por lo que concluyó que Glôbal era el nombre que mejor podía esclarecer lo que allí se hacía. Era todo tan perfecto y tan deseable para la población en general que sólo anhelaba que esto se pudiera generalizar a otras zonas, a otras gentes y poder contribuir en la ciencia.
El área de microbiología era zona restringida. Estaba separada de la zona hospitalaria por un jardín cerrado, acristalado, con dos puertas que sólo podía traspasar el personal que disponía de la tarjeta de identificación. Era una manera de mantener aislados de posibles contagios al resto de la población. Cuando tenían que hacerle pruebas a un enfermo que estaba ingresado, el departamento de microbiología de residencia cogía las muestras y las analizaba; aquellas que tenían que ver con las unidades de estudio, se pasaban al otro sector para su análisis y posterior toma de decisiones. Todos los despachos tenían ventanales grandes, con luz directa para aprovechar la ventaja de vivir en un sitio como ése. El suyo, en concreto, daba al jardín. Esto le hacía elucubrar sobre lo que habría sido ese lugar antes de estar allí porque los árboles eran muy frondosos. En especial, había un ficus enorme, de grueso tronco y ramas generosas. Debajo de él había dispuestas en forma circular, mesas y sillas de madera, para que la sombra acogiera a cada uno de los enfermos que podían tomar el aire y el sol directamente.
Un hospital de ensueño, al que podían acudir personas de todos los sitios del mundo, que estuvieran dentro de un proyecto de investigación, pero que también disponía de un ala para la atención pública en la ciudad donde se instalara. Supondría un alivio, como un refuerzo para el centro sanitario que ya hubiera y medios económicos para los fines globales de la Institución. Así, en su disposición ovalada, salía de la zona norte, un sector público con las mismas características que el privado. Todo el personal podía moverse de un lado al otro, pero los pacientes de los proyectos no podían acceder a la parte pública y los usuarios de este sector, sólo si habían contraído una de las enfermedades de estudio y daban su autorización. El personal de experimentación, sólo podía entrar al recinto por el ala sur y nadie del otro sector podía acceder a estas instalaciones. Sólo el personal sanitario disponía de un espacio de relajación, que estaba también en el centro, pero en otro cuadrante distinto al de los usuarios. En él sólo podían estar aquellos que tenían contacto con sus pacientes soportando el estrés de la enfermedad y la muerte y por supuesto, los que experimentaban que eran considerados un cuerpo élite porque sus avances tendrían eco en todo el mundo. Aquello era demasiado para Esther: cancha de pádel, piscina cubierta, circuito termal, sauna, gimnasio, acceso a meditación, yoga y demás técnicas físico-psíquicas que les mejorase el estado anímico y la reducción del estrés.
Cuando pensaba cómo hubiese sido un hospital así en otra parte de Europa consideraba que habría diferencias. Al poco de estar allí comprendió que no era casual su ubicación. Existieron diferentes candidatos, pero el equipo técnico europeo se decantó por España debido a su clima y a su materia prima alimenticia. Después de los estudios que hicieron de diferentes partes de Andalucía consideraron que Cádiz tenía un plus por la luz que desprendía, siendo éste era un factor muy relevante, sobre todo para el jurado alemán, que tanto echaba de menos esta variable, a la que se le achacaba el fomento de determinadas enfermedades. No se arrepintieron porque en los cinco años que llevaba abierta la Residencia Glôbal había sido todo un éxito.
Esther tenía las mejores condiciones laborales que nunca hubiera imaginado. Se sentía afortunada, aun a pesar de la competitividad que suponía depender de las becas de investigación, ya que éstas se concedían por la viabilidad de los proyectos, provocando que los departamentos compitieran entre sí. Cada uno disponía de sus propios recursos y aunque todos los trabajos eran importantes, no todos disponían de los mismos medios para su ejecución. Cada tres años había una convocatoria. Ahí tenían que presentar los datos de las investigaciones y si éstas estaban cerradas, se aseguraban las propuestas para nuevos objetivos. Si no, las continuidades de los mismos podrían peligrar. Eso podía significar, que toda la plantilla pudiera seguir trabajando o reducir costes para uno de los departamentos, quedando relegada la investigación para otro momento. Incluso, podía suponer que el jefe de esa área desapareciera por no cumplir objetivos y tuvieran que buscar a un sustituto. Los miembros del equipo, si habían visto que su jefe no estaba suficientemente preparado o no había estado a la altura de las circunstancias, podían solicitar el cambio a otro de los proyectos.
Hasta incluso, podía pasarle a la parte médica y dejar el área de experimentación. Pero eso último no le gustaba a ninguno de los miembros de los equipos, que estaban allí en gran medida para “hacer historia”, como solían decir.

– Hoy no puedo ir a desayunar con vosotros.
– ¿Y eso?
– Es que hoy es nuestro tercer aniversario de boda y voy a comprar unas cuantas cosillas “sorpresas” …ya sabes…
– Sí, ya, nos lo podemos ir figurando-respondió Caridad, la médica con la que mantenía más confianza.
– Nosotros tampoco iremos ahora- respondió Pedro en nombre de Mercedes- porque tenemos que ir a urgencias a recoger unas muestras para analizar.
– ¡Qué raro! ¿Desde cuándo nos tenemos que trasladar un equipo de experimentación? -preguntó Caridad.
– Hace un mes llegó una nueva normativa. Dijeron que, en los casos de accidentes de tráfico, las muestras que se recogían tendrían que analizarse en nuestro servicio y pasar a un protocolo específico que lleva Juana-contestó Pedro.
– Ya, pero eso parece que puede desviarnos de nuestro camino.
– No preguntes Caridad-expresó Esther. Ya sabes que es un precio que tenemos que pagar por estar aquí. A nosotros nos da igual. En el protocolo, si Juana ve que tiene que mandar las muestras a uno de los tres departamentos o incluso, a los tres, lo hará y ya iremos viendo.
– Vale, vale. Sólo que me parecía más lógico según las normas generales, que nos trajeran las muestras como siempre.
– Sí, eso sí me extrañó, pero no sé, lo mismo están más ocupados en el ala de urgencias y por eso se hace.
– Esta bien, anda idos…abandonadme-expresó teatrera- y no me quedará otro remedio que decirle a “Dña. Juana” que se venga a desayunar conmigo y…eso ¡uy! ¿Qué estoy diciendo? Se me pueden llegar a indigestar la tostada. Mejor me voy solita que ya me encontraré a algún colega más interesante…
Caridad como de costumbre provocó las sonrisas de todos los compañeros. Siempre estaba de broma y se tomaba la vida con mucho humor, lo que distendía bastante el ambiente que Juana se encargaba de enrarecer.
– Vale, aprovecho ya. ¡Hasta dentro de una hora!
– ¡Hasta luego! Y tráete lo que compres para que te demos el visto bueno ¿vale?
– Eso está asegurado-dijo con gesto pícaro.
– No me gusta nada ir a urgencias- comentó Mercedes- Me ha dicho Jorge que han entrado un par de accidentes de gente muy joven y, la verdad, que me ponen muy mal cuerpo.
– Sí, ya sabemos lo que supone-contestó Pedro mientras entraban- ¡Hola chicos! ¿Qué tenéis para nosotros?
– Pues, esperad un momento que voy a preguntar una cosita… ¡Esteban! Quita este cadáver por favor de aquí, que hay que pasarlo a la autopsia-dijo Jorge mientras pasaba por entre las camillas y sin querer se tropezó con Mercedes- Perdona corazón, déjame que pase a ver a este pobre que ha entrado hace muy poquito y acaba de fallecer…
Al mover la camilla se le cayó la tablilla de identificación de datos y Pedro se agachó a cogerla, por lo que pudo ver el nombre.
– ¡Uy! Este nombre me resulta familiar.
– ¿Sí? –dijo su compañera- déjame que lo vea.
Mercedes palideció.
– ¡Dios mío Pedro!

Esther estaba muy animada comprando un caprichito de lencería que le enardecía el cuerpo nada más pensarlo. Sonó el móvil.
– ¿Sí? ¡Ah! ¡Hola Cari! Pero…si no han pasado ni 30 minutos.
– Ya, pero tienes que venir. Ha surgido un problema urgente que requiere de tu atención…
– Pero… ¿Qué ha pasado?
– Tú ven…no te preocupes…luego podrás salir, pero ahora vuelve… ¿Estás muy lejos?
– No, ¡qué va! Cuando veas lo que tengo entre mis manos vas a alucinar…je, je, que soy muy buena, que te lo dejaré tonta…
– Muy bien, anda no te retrases por favor.
– No, no, que ya voy para allá, pero espero que sea un tema realmente bueno porque es la primera vez que me cojo un rato desde que estoy aquí…
Colgó el teléfono enfadada. Eso seguro que ha sido cosa de la Dña. Juana de las narices. Tiene el don de la oportunidad.

– Bueno, ya estoy aquí. ¿Qué es eso tan importante?
Todos dieron media vuelta despacio, como a cámara lenta, menos Caridad que, disimulando seguía mirando hacia la mesa como si lo que leyese fuera muy importante y trascendente.
– A ver, comentarme, ¿qué pasa?
– Esther, siéntate un momento- le indicó Sonia, otro miembro de su equipo.
Al notar el gesto tan circunspecto, un frío le recorrió el cuerpo.
– Ya vale…que me estoy poniendo nerviosa. ¡Soltadlo de una vez por favor!
– Esther es…es Carlos-dijo Mercedes.
– ¿Qué pasa con Carlos? – dijo mientras se ponía recta y notaba cómo la tensión le llegaba hasta el último pelo de su cráneo.
– Carlos…Ha muerto.
Esther miró sin ver a cada uno de los rostros que le rodeaban, incluido el de Caridad, que en ese preciso instante levantó su inundada cara de lágrimas, por lo que supo que era cierto. Sin pensar, sin ser consciente, pero como si el instinto le guiara en cierta manera, se puso a andar. Pedro, Mercedes y Sonia salieron detrás de ella y Esther recorrió como un autómata cada pasillo y cada recodo existente en cada pasillo, bajando las escaleras que conducían a la sala de autopsias desde el recorrido que les era accesible y sintiendo cómo el olor a muerto se le introducía en cada pelillo de su nariz. Las personas a su paso eran sombras semitransparentes que se cruzaban en su camino y que iba sorteando con mayor o menor fortuna.
Los compañeros no decían nada. Únicamente la seguían, menos Sonia que se adelantó para agilizar su marcha por los controles con tarjeta. Todos jadeaban a cada paso que su amiga podía dar, intuyendo el desplome que supondría corroborar la cruda realidad.
Caridad se encargó de avisar a Jorge para corroborar que ya iba para allá.
Al abrir la puerta, Esther vio varias camillas tapadas y una a una sin preguntar, fueron visitadas haciendo el intento de descorrer la sábana y cerciorarse de que su esposo formaba parte del macabro escenario, aun a pesar del estético entorno en que se encontraban los cuerpos sin vida.
– Espera, Esther- le dijo Jorge con energía.
– ¡Déjame en paz! – contestó mientras quiso soltarse de su sujeción.
– ¡No! Tranquilízate, por favor- la sujetó más fuerte- Yo te llevaré a él.
Esther sintió el apretón de su amigo y se dejó guiar hasta la camilla donde supuestamente se encontraba.
– ¿Estás preparada? ¿Seguro?
Ella permaneció inmóvil, mirando fijamente al hombre que tan objetivamente estaba tratando el momento. Su mirada era de socorro, de compasión. Jorge comprendió que no podía dilatar más la espera.
– Descorre la sábana-inquirió a Pedro.
Esther se desplomó.

El funeral llegó tan rápido e inesperado que Esther tenía la sensación de no estar en la realidad. Allí se encontraban sus familiares, amigos de la infancia de ambos, colegas de trabajo, vecinos, conocidos sin más y…ella.
Esther estaba sedada desde el comienzo de su tragedia. Saludó y besó a decenas de personas con más o menos efusividad y de forma mecánica, mientras en el tanatorio se exponía al cadáver de su amante esposo. Ella enfrente, vigilante, tenía la sensación de que en algún momento abriría los ojos y le diría aporreando la cámara de cristal que los separaba que todo había sido un error, que él estaba vivo…Así que no podía dejar que nadie se interpusiera entre él y ella. No se podía perder ningún detalle y sólo cuando el cansancio la vencía, sentía que los párpados se le cerraban y las imágenes de su Carlos aparecían para avisarle que todo era un sueño, que no era real. Entonces daba un respingo de su butaca y miraba, incrédula para adelante, se acercaba y acariciaba el cristal, como dándole brillo o como rascando o como llamando. Pero él no miraba ni respondía. Estaba allí metido con sus manos entrelazadas y su tez morena dando un sosiego especial a su rostro. Un rostro impoluto, aun a pesar del terrible y fatídico accidente. La suerte y el maquillaje hicieron que lo pudiera recordar como si estuviera dormido en un espacio surrealista.
Sólo los sollozos de la madre de Carlos le hacían girar la cabeza de vez en cuando para observar cómo esa penosa mujer sufría por su hijo.
No entendía nada. ¿Cómo era posible? Pero ella que siempre quiso saber todo y cuestionar todo, en esta ocasión prefería que nadie le contara ningún detalle. ¿Qué más da cómo? Ahora, sólo le salía ¿Por qué? Se quedó sin palabras y ni siquiera fue capaz de abrir la bolsa con los pequeños enseres personales que llevaba en el momento de producirse los hechos. Los guardó en el bolso, al que se aferraba como si de un tesoro se tratara, meciéndose en ocasiones y sintiendo el calor que la piel le proporcionaba, para aliviarse con su contacto y poder soportar lo insoportable de la pérdida. Esther estaba destrozada.

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