Esa abuela con ojos azules, brillantes, con carácter fuerte y determinante. Mi querida maga de las enseñanzas, tanto de lo que hacer como de lo que no realizar. Frustrada madre de ocho hijos, a la que solo le vivieron dos, en aquella guerra infinita, luchando tras las trincheras de lo necesario. Representación de tantas y tantas mujeres que murieron en los partos, de enfermedades silenciosas, por defender sus derechos y hacerse valer.

Esa madre que lo vio todo con los ojos de una niña de la postguerra y que en zapatillas se fue sola a hacer la comunión. Abuela atea, madre creyente. Se cumple la herencia del antagonismo, ante la fuerza de un amor aconfesional. Casi a punto de morir en dos ocasiones, pero que por algún motivo siguió la estela de su vocación. Valiente madre, sola se marcha fuera de España para progresar como mujer trabajadora. Frustrada madre, que vuelve y se encuentra con la realidad de elegir entre la familia y su desarrollo profesional. Injusta vida la de las mujeres del siglo pasado. ¡Cuánto talento desperdiciado!

Esas enseñanzas se redondean con la lucha de mi hermana, a punto de morir de un insolente tumor. ¡Brava mujer!, que sacó las fuerzas heredadas de nuestras antecesoras y peleó y continúa con las claves que hemos tenido: ese amor que es necesario aportar para los niños.

En medio de ese círculo inconsciente me encontré desde pequeña, sin saber por qué, haciendo eco de lo que corre por mis venas. Me levanté una y otra vez de la caída, insisto, sin saber por qué, ni cómo. Yo no era consciente, pero sentí ese halo de las mujeres de mi vida. Pude perecer, pero no lo hice, sin saber por qué.

En la espiral de mi ser aparece mi hija, con una fuerza arrolladora, abrumadora prisa de entendimiento, que me supera y se engarza con la energía de su abuela. Lo que sentí fue indescriptible. Su mirada se escabulle dentro de mí hasta en los sueños. ¡Qué rica habría sido la palabra de mi madre, su abuela, en nuestro recorrido de vida!: “Confiar, el amor siempre salva”.

Siento a medida que pasa el tiempo, que esa energía está más presente que nunca. Quisiera que en el fluir de los acontecimientos, la herencia siga su curso y la esencia de esa fuerza no sea perenne.  Creo firmemente en la necesidad de seguir disfrutando de las diferencias para crecer y no para apabullar al otro.

La lucha de las mujeres de mi vida me ha enseñado que tenemos que ser grandes personas, ante todo, trabajar codo con codo, saber respetarnos para no dejar que nos pisen, que no nos manipulen. Querernos para saber decir NO. Apoyarnos las unas a las otras siempre ante un abuso. Si a veces somos vulnerables, no avergonzarnos por ello, pedir ayuda porque siempre hay una salida, no lo olvidemos.

Las mujeres de mi vida son imperfectas, como yo, pero las adoro, las quiero con locura. Son mis referentes. Lucharon como pudieron y supieron, sin profesionales de la salud mental,  ni nadie que les entendiera. Ahora, nosotras tenemos que seguir ese legado. Querernos, respetarnos, apoyarnos, con amabilidad y firmeza, con autodeterminación. Sé que detrás de ellas hay centenares de herencia.

Gracias mujeres por contribuir a lo que soy.

 

Pilar Margod